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Habla andaluza y cine

A. R. ALMODÓVAR En su lento y trabajoso camino hacia la dignidad pública, el andaluz acaba de conquistar tres cotas de mucho relieve. En tres películas tres, y de calidad, se ha encaramado por derecho propio al sitio que le corresponde. El del habla común y cotidiana con que los andaluces nos expresamos, antes de que se nos suba a la glotis el complejo de inferioridad famoso, o se nos ponga encima de los hombros un académico inquisidor, o paternalista, que los hay de varias suertes camuflados. Son aquéllas, y por el orden en que las he visto: La niña de tus ojos, Yerma, y Solas. Ya es sintomático que sea en tres alvéolos femeninos donde se ejerza esta natural reivindicación de lo natural. (A ver quién puede con ellas). Claro que hay que matizar, y mucho, pues no en las tres tiene nuestra habla el mismo acento, el mismo sabor, igual textura. Pasa como con el aceite de oliva, que en su misma variedad radica su riqueza, siendo todo delicioso zumo de nuestros olivares. Y siguiendo con el símil, se podría decir que es de la elaboración del producto, además de la materia prima, de donde se derivan esos distintos tonos. El andaluz de Penélope Cruz, aprendido de sus abuelas -una extremeña y otra andaluza- con oído certero, yo lo pondría en la categoría del virgen con mucho sabor, filtrado apenas; aderezado, eso sí, con unas gotas de fragancia folclórica, que retorna al paladar en nobles regustos aflamencaos. El contexto autocrítico de la excelente película de Trueba acabará de situarlo en la perspectiva de la gracia sin más, esto es, sin aditivos ni reclamos chistosos. El andaluz, en cambio, de Aitana Sánchez-Gijón está en la gama de lo que se llama virgen fino. Como aprendido que es también -ya tiene mérito-, fluctúa entre las características sensoriales de la tierra seca y el esmero de un lavado cuidadoso ("como dos hojah verde", "Elena tardó treh año", "No tenemos hijo"). Buen trabajo el de Aitana. Además de salvarle los muebles a Pilar Távora, y junto al de Penélope Cruz, viene a demostrar lo que algunos exquisitos consideran indemostrable: la existencia de una norma andaluza, aunque esté todavía por descubrir, o mejor, por admitir. Y llegamos al tercero y más genuino: el andaluz de Solas. Claramente en la categoría del virgen extra, con todas sus cualidades de origen, sin mezcla, de primera prensa. Benito Zambrano, entre sus muchas intuiciones prodigiosas, ha tenido la de hacer que cada uno de sus actores se confíe a su propio acento, sin exageraciones y sin miedos. A María Galiana -cada día mejor actriz- a su sevillano de buena crianza; a Ana Fernández -qué revelación, qué guapa- a su andaluz de campiña, con todos sus aromas de fondo, retama y miel de azahar -azahar de olivo-; un poco ácido se les antojará a algunos, quizá por su insuperable sabor a vida. Pero es que el imprevisible genio del de Lebrija ha tenido además la ocurrencia de contrastarlo con el asturiano auténtico de Carlos Álvarez -cada día mejor actor-, lo que pone en juego una sinfonía insólita de sonidos hasta ahora marginales en el uso de la lengua matriz, el español de todos. Ya digo, como aceite de oliva, oro líquido es este andaluz valiente y reparador. Qué desahogo.

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