Sequía
El Montgrí había cubierto ayer con una capucha de niebla sus peñascos y el castillo que los cabalga, como tratando de imitar a una fortaleza alemana de cuento romántico. Los lugareños, con el cabello electrizado, husmeaban el aire cargado de diminutas gotas de suspensión. Sopla levante, es cierto, pero dicen que no lloverá. Hace ya muchos meses que no llueve. Por la mañana la tierra aparece con una fina capa de humedad que aviva el ajedrezado de los futuros maizales, pero basta rascar con la uña para tropezar con el terrón seco, arenoso, sin elasticidad.A veces soñamos con ser un país europeo, un extenso pastizal en donde a cada paso la gleba se hunde como una esponja, nos baña los tobillos y chupa la bota como queriendo devorarla. Pero no. El país es un pedregal, este año habrá restricciones de agua en Barcelona y arderán los bosques como teas mojadas en resina. Veremos el relumbre desde lejos y la columna de humo en la que se enroscan los helicópteros. Así, una vez más, recordaremos que el nuestro es un país reseco, arenoso,de los que dejan las piernas arañadas a poco que te salgas del camino. En las ciudades, los jefes y caudillos también miran al cielo buscando signos favorables para sus disputas. A veces, con los ojos entrecerrados, gritan profecías acerca del futuro de algunos territorios sagrados. O bien cavan la tierra seca, hunden ambas piernas en el agujero, y pelean con garrotes ante los atónitos paisanos muertos de sed. Los campesinos miran el cielo haciendo visera con la mano, a la espera de que algún signo anuncie lluvia. Los ciudadanos miramos las calles y plazas cubiertas de roña tratando de comprender a nuestros jefes y caudillos. Pero sólo oímos la bronca de los buhoneros insultándose en un zoco empobrecido y acaparado por los feudales.
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