Una noche memorable
Michel Salgado era demasiado pequeño para ir al fútbol la última vez que se llenó Balaídos. Hacía de esto 17 años, y el club había casi regalado las entradas para celebrar uno de esos ascensos que formaban parte del anecdotario habitual de las temporadas del Celta. El precio de los billetes era bastante más caro ayer, pero el coliseo vigués hubiese necesitado cinco gradas para satisfacer la demanda de un celtismo que ha vivido el enfrentamiento con el Olímpico de Marsella, con la pasión de una final. Tampoco es normal en Balaídos una presencia visitante tan numerosa como los 1.500 franceses que acompañaron ayer al equipo de Rolland Courbis. Pareció como si los temidos hinchas marselleses hubiesen malgastado su mal humor en las horas previas al partido, que se saldaron con seis detenciones. Cuatro de ellas fue por destruir la noche previa la pensión donde estaban hospedados, y las otras dos ya cerca del estadio vigués. Los problemas que padeció su equipo con el partido en juego desterraron el recuerdo del infierno que el Celta vivió en el Velodrome. El grito constante de 30.000 celtistas contribuyó a empequeñecer a la hinchada marsellesa. Mucho tiempo antes de que se pusiera el reloj en marcha Balaídos cantaba ya la Rianxeira, su canción favorita. Se soltaron 20.000 globos, estallaron los petardos y volaron papeles de colores. El equipo de Víctor Fernández tuvo lo que necesitaba en una noche que permanecerá para siempre en la memoria del celtismo.
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