_
_
_
_
_
ANTONI COMASCONSEJERO DE BIENESTAR SOCIAL

El incombustible ariete convergente

En el equipo convergente, el consejero Antoni Comas es el delantero agresivo y testarudo, el que va a por todas y se entrega con mayor pasión a sus colores. Su particular juego le enzarza en airadas refriegas con sus contrarios y le hace merecedor de repetidas amonestaciones que en más de una ocasión le han situado a un paso de la expulsión. Comas, sin embargo, sigue incombustible, y pese a su ademán episcopal, no deja de repartir y recibir codazos en el área. No en vano el propio presidente catalán, Jordi Pujol, llegó a comparar en una ocasión al titular de Bienestar Social con el delantero del Barça Hristo Stoichkov. Comas suma tantos electorales en el terreno tradicionalmente abonado para la izquierda. En los suburbios de los desfavorecidos, donde Comas ha alardeado de poder pasearse sin miedo a ser abucheado, le allana el camino a Pujol y éste, que ya se ha acostumbrado a que el más fiel de sus consejeros le ponga periódicamente en aprietos, le gratifica manteniéndole en el equipo titular. Ni siquiera decidió prescindir de Comas en 1996, cuando éste pidió a numerosas entidades que convencieran por carta a Pujol de la necesidad de mantener el Departamento de Bienestar Social. El presidente no sólo se echó atrás en su decisión de suprimir la consejería, sino que mantuvo a su titular, no sin antes abroncarle públicamente por su interesada campaña. Los opositores de Comas aseguran que tras cada una de las cartas que recibió Pujol se ocultaba la promesa de una suculenta subvención. Hombre metódico y minucioso, con una pasión casi enfermiza por el trabajo y obsesionado por la legalidad hasta la obcecación, Antoni Comas comenzó a practicar su peculiar estilo de hacer política cuando ejercía de portavoz de CiU en la oposición en el Ayuntamiento de Barcelona entre 1980 y 1988. Fue una época en la que invirtió incontables horas en buscar la menor rendija para poner en evidencia la gestión socialista. Hostigó tanto a sus adversarios que le llamaban el terror de Maragall. En agosto de 1986 pasó sus escasos días de vacaciones en las azoteas del consistorio inspeccionando uno por uno los archivos municipales en busca de irregularidades. Con este historial no es de extrañar que el ahora consejero exija hasta el DNI del actual alcalde de Barcelona, Joan Clos, para crear equipamientos para ancianos en la ciudad. En su último encontronazo con la oposición, Comas ha enturbiado el debate político con uno de sus prontos autoritarios, que sus colaboradores no siempre consiguen mantener a raya. Si no puede tener la última palabra, Comas se la concede. Y en esta ocasión se la ha tomado publicándola en forma de anuncios publicitarios. Este arrebato le ha situado de nuevo en el ojo del huracán de la política parlamentaria y le ha llevado ante la fiscalía por presunta malversación de caudales públicos. Comas ya estuvo a un paso de vérselas con la justicia en 1983. De su paso por la editorial Seix Barral, no sólo se le recordará por haber entrado como botones a los 13 años y haber subido rápidamente a la cima de la empresa tras la la muerte de Víctor Seix, sino también por haber estado a un paso de ser procesado por un presunto delito de apropiación indebida, al no ingresar las cuotas del IRPF de los trabajadores. Comas, sin embargo, salió airoso de aquel mal paso: en diciembre de 1984, siendo ya concejal en el Ayuntamiento, el juzgado de Sant Feliu de Llobregat revocó el auto de procesamiento contra él. Recibió esa resolución como agua de mayo para mitigar las contrariedades que en aquel momento enturbiaban su andadura por el arduo terreno de la política. Comas dimitió del cargo de administrador -director general de Plaza y Janés- donde había recalado tras abandonar Seix Barral por discrepancias con el Consejo de Administración, para dedicarse enteramente a la política. Pero poco después de tomar aquella decisión, veía como Miquel Roca le dejaba sin el puesto de delegado del secretario general de CDC, Jordi Pujol. En medios convergentes se argumentó que la debilidad política de Comas no había logrado liberar a Pujol de la carga de dirigir CDC. Sonó luego el nombre de Comas para suceder a Josep Maria Cullell al frente del Departamento de Obras Públicas, pero fue finalmente Xavier Bigatà el elegido. Un nuevo traspié para un hombre que acababa de presentar su dimisión como concejal por su mala relación con el cabeza de lista, Ramon Trias Fargas. Tuvo que esperar a 1985 para ver gratificada su ciega obediencia a la dirección del partido. Fue elegido secretario de organización de CDC, aunque varios de sus correligionarios le reprocharon, con voto de castigo, su estilo de abordar temas internos. Fue en esta época cuando se ganó un nuevo apodo: el abominable hombre de las siete. A esa hora de la mañana se presentaba en la sede del partido para dar ejemplo a sus colaboradores. Con el paso de los años, Comas no se ha desenganchado de su adicción al trabajo y sigue imponiéndose un espartano horario laboral. Dicen que su vida está en su despacho y que es capaz de recriminar despiadadamente a sus subordinados que no tengan un trabajo listo cuando él lo requiere. Ya en su paso por Seix Barral, Comas no escondía su desprecio por los funcionarios, a los que reprochaba su incapacidad de trabajar más horas de las que les fijaba el convenio. Su empeño en imponer su extremo rigor y su disciplina en el trabajo -motivo de constantes bajas en su departamento- contrasta con la humanidad que es capaz de derrochar ante un mendigo callejero. Dicen que se ha llevado a más de uno a casa para ofrecerle un plato caliente. Hijo de un ferroviario de Sants, barrio donde nació en 1934, Antoni Comas conoció desde niño la austeridad: su primer trabajo como muchacho de los encargos en Seix Barral le permitió pagar sus estudios nocturnos en una escuela de peritaje mercantil. Años más tarde se licenciaría en Ciencias Económicas. Dicen sus amigos que el lujo nunca le ha seducido y que a menudo ha dejado plantado a su chófer para tomar el primer metro que le llevara a casa. Casado y con tres hijos, el consejero es un habitual consumidor de menús económicos y suele comer solo en uno de los restaurantes próximos al ostentoso Palau de Mar, sede de Bienestar Social. Y si en el terreno personal es un hombre solitario, no lo es menos en el ámbito de la política. Sus defensores sostienen que no ha sabido rodearse de colaboradores que le hayan sido fieles y le hayan apoyado en los momentos difíciles. En cambio, sus detractores le achacan que no ha encontrado quien consienta su autosuficiencia. Pese a que la aritmética parlamentaria le ha permitido superar varias reprobaciones de la oposición en el Parlament, la última el jueves pasado gracias al apoyo del PP, los votos de soporte de su partido han obedecido más a la disciplina de partido que a una muestra sincera de solidaridad. En su ultimo enfrentamiento con la izquierda, con ocasión de la guerra de los geriátricos, los diputados de CiU dejaron absolutamente solo al consejero, que encajó los golpes de la oposición con menos firmeza que en anteriores ocasiones. Por su capacidad para originar sonados torbellinos políticos, el PSC -el partido con el que más ha polemizado- le ha bautizado como el consejero del malestar social. Poco después de su nombramiento como consejero, en 1988, provocó las iras de la oposición al anunciar su intención de promover los juegos de azar para recaudar fondos para la política social. Un año después sufriría un fuerte revés al descubrirse a 15 ancianos en condiciones infrahumanas en el geriátrico Alba. Luego tendría que dar marcha atrás, presionado por la izquierda, en la promoción de peñas de apuestas entre asociaciones juveniles e infantiles. Antes, el propio Pujol le desautorizó cuando se descubrió que había distribuido una orden interna que instaba a todos los funcionarios de su departamento a que no usaran el castellano, ni siquiera cuando hablasen entre ellos. Pero ni el presidente catalán ni sus compañeros de filas le censuraron cuando en abril de 1989 pidió a los catalanes que pagaran el impuesto religioso en su declaración de la renta porque, decía Comas, no hay ninguna garantía de que la Administración central revierta en Cataluña estos fondos. El profeso catalanismo de Comas, en el que debió influir el castigo que sufrió en la escuela por rezar en catalán, junto con su profundo cristianismo, han sido probablemente los puntales del incondicional apoyo que ha recibido de Pujol.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_