Cruyff
La convocatoria del homenaje a Cruyff ha sido como un referéndum en el que se ha puesto en juego una vez más la dialéctica entre la memoria y el deseo. El público asocia a Cruyff a una edad de oro que a veces no lo fue, pero que consta como tal en el imaginario colectivo. Cruyff dejó una memoria dorada de jugador excepcional y la esperanza de que un día volvería, promesa tan próxima al rey Arturo como al general McArthur. Y volvió, para instalar su estilo poético de juego, en contraste con una junta directiva llena de constructores de obras, abogados en claroscuro, algún ex jerarca del Movimiento Nacional Sindicalista y de las JONS o las COJONS, más algún que otro adorno socialista y nacionalista y el inefable Nicolau Casaus, que es algo más que un directivo y algo más que un puro.A su aire, arbitrario y genial, poemático y cardiópata, Cruyff creó un equipo todavía hoy admirado por sus rivales. Equipo mítico para siempre, cuyas hazañas se exagerarán en los años futuros, cuando ya sean memoria indemostrable. A pesar de la guerra sucia que siguió al cese de Cruyff hace tres años, la presencia del holandés gravita sobre el complicado tejido social del barcelonismo, creando expectativas, como si de él dependiera que un día volvieran los signos de las mejores victorias. Así se construyen los mitos, desde Aquiles a Sharon Stone, pasando por Cruyff y María Goretti. Los mitos son fumettis que subliman las necesidades más ateridas de las gentes.
De Cruyff se dice que nació con la flor en el culo y el éxito popular del homenaje confirma su condición de elegido. La larga sombra del holandés sobre el estadio, sobre el barcelonismo, sobre Cataluña, le señalarían como el aspirante a compartir algún día la presidencia del Barça y de la Generalitat, No en balde ha sido general en jefe de un ejército simbólico desarmado, que habita en la memoria, pero también en el deseo de las gentes.
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