Hundir Venecia
JUVENAL SOTO A finales de marzo las tardes se alargaban como el infinito y Granada se encendía de pájaros y de cuerpos que se disputaban los árboles del paseo de los Tristes. Bajo la sombra del Peinador de la Reina, la facultad era una carcajada de apuntes de clase en los que P. Vilar, escrito con Bic de tinta negra, fue el comienzo de una orgía de desastres históricos: "Este cura terminará excomulgado por rojo...", "¿Quién te ha dicho a ti que este tío es cura...?", "¡Tengo los apuntes llenos de citas de P. Vilar, el padre Vilar ese...!", "¡La P. es de Pierre; P. de Pierre el Cruel; P. de Perico el Grande. En historia van a pegarte un pedo como la Alhambra...!", "¡Pusss! ¿Y para notario qué leches hago aprendiéndome de memoria las cosas de este cura, ni las de Federico Marx, ni las de Carlos Engels...?". Por entonces éramos broncos de lunes a viernes. A las siete en punto de la tarde de cada viernes, el Alsina con destino a Málaga transportaba a una recua de jóvenes estudiantes con un pasado turbulento a rastras. "¿Yo?, del Felipe". "¿Yo?, a punto de entrar en la célula de Derecho del PCE". "¿Yo? ¡Por el pueblo, coño!". Pero eso era desde el lunes a las nueve de la mañana hasta el viernes a las siete de la tarde. Loja, el Puerto de los Alazores y la Carretera de los Montes mitigaban el picor revolucionario de aquella Brigada Durruti que descendía camino de casa, a base de vistazos desde la ventanilla del autobús, a una ciudad que ardía entre la neblina de allí abajo: papá y mamá y los pasteles, y toda la pandilla dispuesta para que tú les contaras durante el bailoteo del sábado -lote incluido- cómo iba la revolución por Granada. Era la movida de los años setenta, un rojerío de Bultaco Lobito y Chemise Lacoste, tardes interminables en El Suizo -un café, 25 pesetas- intentando descubrir cómo podríamos acometer la lectura de Para leer El Capital. "En el departamento de Político me han dicho que Althusser y Poulantzas son filofascistas, como todas las cosas del departamento de Derecho Natural". "¡No jodas, terminarás mordiendo el culo de Thomas Hobbes. Cómo son estos roussonianos de Pepe Cazorla!". Y así fue. Hoy el hombre ni es bueno ni es malo por naturaleza, pero la naturaleza sí es buena y sí es mala por el hombre. Veintitantos años después de aquellas algaradas del café con leche en El Suizo, uno -o sea, yo- comienza a preguntarse por qué los hombres engendraron a tipos como Jesús Gil y Torres Hurtado sin que la naturaleza lo impidiese por medio de un cataclismo universal. La respuesta, según el PP, puede estar en ese principio del liberalismo: "dejar hacer, dejar pasar...", para el PSOE, sin embargo, puede que "el hombre sea un lobo para el hombre". Y hablando de fieras, ¿cuando el consejero Isaías Pérez Saldaña llamó "sinvergüenza" a Torres Hurtado estaba insultándolo, o definiéndolo? Depende de quién y cómo se mire, es cierto. Si vuelvo a los años de Granada, sé que Gil y Torres Hurtado no son lobos para el hombre. ¿Y entonces? ¡Ah, sí: dos moscas en mitad de una misma mierda! Y al fondo, la naturaleza.
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