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W. C.

En Génova han dado la consigna de volcarse para apoyar a Manzano. Y es que las encuestas, incluidas las que maneja el Partido Popular, reflejan un debilitamiento considerable de su tirón electoral, que hasta ahora parecía a prueba de bomba. La impresión general es que haber mantenido la ciudad patas arriba en los últimos tres años le ha lucido poco, que el tráfico sigue siendo un asco y que ahora mismo tampoco tiene un proyecto ilusionante entre las manos.Está además el lío de las multas con las firmas falsificadas, un auténtico yacimiento que la oposición ha descubierto en el momento más inoportuno para él. Ese filón que el grupo socialista se propone explotar hasta la extenuación sitúa a decenas de miles de ciudadanos en una posición de contienda virtual con el actual equipo que gobierna el Ayuntamiento de Madrid y siempre es más difícil votar a quien te porfía. El actual alcalde cuenta a su favor con una imagen pública de buena persona que no dista mucho de la realidad pero le perjudica su ostentosa afición a la realeza, el boato eclesiástico y el pitiflú. Lo cierto es que, aunque don José María parece tranquilo, en su entorno han surgido algunos síntomas de nerviosismo que hace tan sólo un par de meses no existían. Los últimos sondeos indican que el Partido Popular no tendría a día de hoy esa mayoría absoluta tan cómoda y relajante de que disfrutó antaño. Las cifras reflejan además una leve recuperación del partido socialista, aunque desde luego no la suficiente como para superar al PP juntando los porcentajes de Izquierda Unida.

Para los expertos en prospecciones hay un dato de la mayor importancia, el número de indecisos. Se calcula que un 7% de los madrileños aún no ha decidido a quién votar o si van a votar siquiera y, en teoría, quien consiga movilizar a los que dudan puede hacerse con la llave del Gobierno en la ciudad. En este sentido algunos de los que rodean al alcalde confiesan tener más fe en los deméritos de sus rivales que en los méritos propios. A Ruiz-Gallardón, en cambio, le salen mejor las cuentas. En un ámbito sociológico como es la región, más adverso en principio que la capital para un candidato de derechas, el actual presidente de la Comunidad ha conseguido aumentar sus perspectivas electorales por encima de las de Manzano hasta situarse en una mayoría absoluta francamente holgada. El propio presidente regional se lo recordaba a Rodrigo Rato, con el que coincidió en los lavabos de la segunda planta de la sede central del Partido Popular. "Las encuestas nos dan bien en Madrid, ¿verdad?", comentaba el ministro de Economía. "Bueno, me dan bien a mí en la Comunidad", le respondía Gallardón, "porque en el Ayuntamiento a José María la cosa le anda raspando: puede perderse Madrid". Fue entonces cuando Rato le dijo que había que trabajar para estar tranquilo, asintiendo el presidente madrileño. Y hubo una coletilla más en esta charla que un enano infiltrado escuchó sentado en la intimidad de una cabina en la que ni usó el rollo de papel para no hacer ruido y ser descubierto. "Sorprende lo de Morán; yo le veía hundido", comentaba Rodrigo Rato. "Sí, yo le veía más bajo", contestó Gallardón, "pero no hay que preocuparse, en cuanto comience la campaña y abra la boca se le van los votos a puñados". Y no hubo más. Ambos políticos abrocharon sus respectivas cremalleras y abandonaron los servicios.

Esa breve y espontánea plática de wáter pone de manifiesto lo que será la estrategia popular en las próximas elecciones municipales y autonómicas. Todos arroparán a Álvarez del Manzano y tratarán de provocar a Fernando Morán para que se meta en algún jardín filosófico que le autodescalifique. Mientras, Alberto Ruiz-Gallardón procurará demorar lo más posible el comienzo de la campaña en términos efectivos y escurrirá el bulto evitando cuanto pueda el cuerpo a cuerpo con Cristina Almeida, en el que, considera, nada tiene que ganar. Su idea es neutralizar el discurso populista de la candidata del PSOE y el PDNI forzando la celebración de debates sectoriales nunca generalistas. Son tácticas de alta política diseñadas con las encuestas en una mano y el papel higiénico de Génova en la otra.

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