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Primakov y la utopía de la estabilidad en Rusia

Rusia vive una estabilidad política casi sin precedentes en los últimos siete años. La nueva hospitalización del presidente Borís Yeltsin se ha recibido con tanta tranquilidad que hasta el primer ministro, Yevgueni Primakov, se ha ido de vacaciones al mar Negro. Pero es una calma ficticia sobre la que pesan una crisis económica brutal, las maniobras de los grandes magnates que un día hicieron y deshicieron a su antojo, el capricho del líder del Kremlin y la beligerancia de los comunistas y del Parlamento. Demasiadas amenazas para que las compense la habilidad de un primer ministro, Yevgueni Primakov, cuya vulnerabilidad aumenta al mismo ritmo que su ambición de poder.La encuesta semanal de Itogui, el programa político estrella de la cadena independiente de televisión NTV, sitúa a Primakov como principal aspirante para relevar a Yeltsin en la presidencia, ya sea en junio-julio del 2000 (cuando cumple el actual mandato presidencial) o antes, si los acontecimientos se precipitan.

En intención directa de voto, Primakov es superado por el comunista Guennadi Ziugánov. Sin embargo, cuando la hipótesis es el enfrentamiento de "uno contra a uno" de la segunda vuelta electoral, el primer ministro no sólo barre a Ziugánov, sino también al alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, al liberal Grigori Yavlinski y al gobernador de Krasnoyarsk, Alexandr Lébed.

Ziugánov (que ya fue derrotado por Yeltsin en julio de 1996) tampoco tendría mucho que hacer si su enemigo fuese Luzhkov, único que parece capaz de hacer sombra a Primakov. Esta previsión, no obstante, vale tanto como la que el pasado verano convirtió a Víktor Chernomirdin en poco menos que sucesor indiscutible, una vez que Yeltsin le rescató y le propuso como relevo del efímero Serguéi Kiriyenko, cabeza de turco tras la crisis de agosto. En cuestión de semanas, Chernomirdin pasó del infinito al cero.

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Primakov parece mejor situado, pero su única baza para aspirar a esa poltrona que dice no ambicionar es seguir en el Gobierno. Y, aunque Yeltsin esté enfermo y acosado, aún tiene el derecho constitucional de destituirle. Es cierto que, ya en agosto-septiembre, ese poder quedó en entredicho al no lograr imponer a Chernomirdin. Pero no lo es menos que el aparente consenso forjado en torno a Primakov se puede derrumbar si se confirman las sospechas de que no se conforma con la Casa Blanca (la sede del Gobierno), sino que quiere instalarse en la vieja fortaleza de muros rojos que simboliza el poder en Rusia (el Kremlin).

Si Primakov deja de ser primer ministro quedará tan borrado del mapa como Chernomirdin. Tal vez por ello ha intentado conseguir un doble blindaje, camuflado de pacto de estabilidad, ante las legislativas de diciembre y las presidenciales del 2000. Su objetivo (frustrado) era que el presidente no pudiese destituirle y que la Duma aceptase no presentar un voto de censura contra él. La versión descafeinada de este pacto que ahora circula se queda mucho más corta.

¿Puede Yeltsin deshacerse de Primakov? En teoría, sí. En otras circunstancias, lo habría hecho ya, pero en la práctica no le resultaría fácil. La derrota de septiembre frente a la Duma ya le demostró que los diputados son capaces de enfrentarse a la disolución antes que ceder a su capricho. Si destituye a Primakov se vería forzado a presentar un relevo que no sólo fuese de su total confianza, sino que también contentase a los comunistas y sus aliados, mayoritarios en la Cámara baja. Y no sería fácil encontrar a esa perla malaya.

Ahí radica la fuerza de Primakov, más presidencialista que gubernamental. El primer ministro va llenando el vacío dejado por Yeltsin, casi vencido por su mala salud, pero aún capaz de revolverse como un oso herido si ve amenazado el poder casi omnímodo que le otorgó la Constitución de diciembre de 1993.

Las posibilidades de Primakov dependen también de su habilidad para navegar entre dos aguas, de declararse continuador de las reformas de mercado (imprescindibles para obtener créditos en el exterior) y de defender "correcciones sociales", de carácter estatalista, para evitar que, como en los últimos siete años, se enriquezcan unos cuantos a costa de la mayoría.

Lo malo es que, en la práctica, tan ambicioso objetivo se ha traducido en que siguen sin resolverse los tremendos desequilibrios, que hay un presupuesto imposible de cumplir, que el producto interior bruto disminuye, que el poder adquisitivo de la población casi se ha reducido a la mitad en menos de un año, que el rublo está a un 30% de su valor de agosto respecto al dólar, que el sistema bancario sigue en quiebra y que los ingresos fiscales previstos apenas si bastan para pagar el servicio de la deuda.

Muchos analistas creen que, incluso en medio de este desastre, Primakov puede mantener su prestigio poniendo parches aquí y allá y forjando compromisos con las diversas fuerzas políticas. Otros opinan que ni siquiera la falta de una alternativa clara podrá tapar dentro de unos meses los síntomas de su fracaso y que ahí se acabarán sus posibilidades de llegar al Kremlin.

Primakov tiene 69 años (uno más que Yeltsin), pero muestra una envidiable energía que se traduce en agotadoras jornadas de trabajo y numerosos viajes dentro y fuera de Rusia. La edad no parece obstáculo para el ex ministro de Exteriores, que coloca a sus fieles en puestos clave y planta cara al mismísimo Borís Berezovski, el magnate que se ha infiltrado en el Kremlin y que, utilizando su amistad con la hija menor de Yeltsin, Tatiana Diachenko, ha ejercido durante dos años un poder inusitado.

El tiempo demostrará si cometió o no un error al intentar segar la hierba bajo los pies de Primakov, pero lo cierto es que el primer ministro le ha plantado cara y ha convertido al acosador en acosado, al intrigante en víctima de la intriga. En las últimas semanas, Berezovski ha perdido posiciones en Aeroflot y la primera cadena de televisión (ORT), mientras las oficinas de varias de las empresas que controla han sido registradas por los servicios de seguridad en busca de pruebas de espionaje telefónico a Yeltsin y su familia para someterles a chantaje.

Hoy por hoy, Primakov es la estrella emergente, pero se puede acostar como presidente in péctore y despertarse como jubilado de lujo. Pero si llega como jefe de Gobierno a las elecciones del 2000, y decide presentarse candidato, será el hombre a batir. Si no media una alianza, su principal enemigo será Luzhkov, que ha forjado en Moscú una formidable base política y económica. Primakov tendría a su favor el aparato estatal. Y, apenas oliese a ganador, no le faltarían padrinos que tirasen de chequera.

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