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Chaqueta y cucaña

PACO MARISCAL Viciamos y adulteramos las palabras en el ámbito de lo público, y más en meses preelectorales. Tránsfugo o tránsfuga, quien huye de una parte a otra, la relacionamos con la política; aunque chaquetero, dicen los académicos, es quien cambia de opinión o partido por conveniencia personal. Entre el vecindario, cambiarse de chaqueta siempre ha sido cambiarse de bando; y en el coloquio, chaquetero se adorna además con las notas de adulador o tiralevitas. En el ámbito de lo privado, allá se las entienda cada chaquetero con su ética y con su estética particular; la ética y la estética de la actividad pública es otra cosa; ahí el chaquetero es hoy, ayer y siempre, bochorno y espectáculo. Tiempos desquiciados, los preelectorales, en que viciamos y adulteramos palabras. Por ejemplo, los vocablos oportunismo y oportunista. El oportunismo es conducta de dudosa ética y estética, que prescinde de principios y convicciones, que aprovecha las circunstancias para sacar tajada. A los oportunistas políticos los denominaba Antonio Machado, hace ya de esto un siglo, "lombrices de caño sucio" y "cucañeros". Un pelín poético se ponía el joven Machado, metido a comentarista político. Pero eso era hace casi un siglo. Hoy, como vivimos en la comunidad que más nos gusta, no hay rastro de cucañeros, ni oportunistas, ni de codazos, ni de zancadillas por figurar en esta o aquella lista electoral, por recibir este óbolo o coger aquella propina. Ejemplares, somos ejemplares los valencianos, y más en época preelectoral. Pero las palabras y las actuaciones se vician y se adulteran cuando los comicios autonómicos y locales esperan en la próxima esquina. Desde las filas de la Unión Valencia de Héctor Villalba claman con tonos desgarrados, cubierta la cabeza con ceniza cuaresmal, contra sus socios de gobierno y coalición, contra el PP, cucaña y chaqueta de por medio. Negro sobre blanco aseguran que son piratas de la convivencia, del saqueo de otras formaciones políticas, de compra de voluntades, de bajeza moral y otros lirios del mismo rosario. A instancias del PP, en nuestro parlamento autonómico se discute sobre la chaqueta y la cucaña en los partidos, sobre los tránsfugas. Y entre dimes y diretes llegó el bochorno; un bochorno público que evoca al hermanito del pícaro Lázaro de Tormes. El pequeño era negro, y al ver a su padre también de color se asustaba y gritaba: "Madre, coco"; y el padre le contestaba: "¡Hideputa!"; Lázaro se quedaba reflexionando aquello de "¡Cuántos debe de haber por el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismo!". Claro que siempre queda la coartada de los tiempos preelectorales en que todo se vicia y adultera. Y, de este modo, si el dirigente socialdemócrata Joan Romero, contemplando su propia casa y la del vecino Eduardo Zaplana, afirma que la política ha de ser entendida como un servicio público y no como chaqueta ni cucaña, se le grita desde el PP que es un cretino. Mientras decenas de miles de votantes y ciudadanos valencianos nos quedamos meditando sobre la conveniencia de que nuestra clase política se infecte de cretinismo.

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