Ardanza saborea el sosiego
El ex "lehendakari" afirma que cada día se siente más liberado y vive en estado de descompresión
Ocupa la oficina de ex lehendakari que le ha proporcionado uno de los primeros decretos firmados por su sucesor, Juan José Ibarretxe. Está en el centro de Vitoria, muy cerca de su casa, y le acompañan su secretaria, Pili, su escolta y el chófer que conducirá en adelante su coche. Ésa es la estructura que tendrá para ejercer un oficio que no existe aún. Su único antecesor, Carlos Garaikoetxea, no es un precedente válido por múltiples razones. Las cajas y cables que salpican lo que será la recepción de esa oficina evidencian la precipitación con que se ha preparado. Su despacho y la sala donde recibe visitas sí están acondicionados, aunque los armarios están abarrotados de carpetas que no sabe qué contienen y que le darán quehacer un tiempo. "Miedo me da ponerme a mirar y a ordenar", dice con aprensión. Contra lo que cabría esperar, ha adelgazado algún kilo: "Es que ahora tengo tiempo de hacer ejercicio", dice. Va una hora larga todos los días al hospital para seguir la rehabilitación de la operación de doble hernia discal que sufrió en julio y no pudo realizar antes; camina otra hora acompañado de sus perros, que campan a sus anchas por la sala y los pasillos enmoquetados de la oficina recién estrenada. Los canes han percibido los primeros el cambio de vida: del amplio jardín de Ajuria Enea, a la reclusión en un piso de una céntrica calle de Vitoria. Sus dueños también: ahora están obligados, como el común de los mortales, a bajar a la calle tres veces al día para sacar a los animales. Ardanza se reparte esta tarea con su mujer y su hijo. Está feliz de tener su casa. Ajuria Enea, como al parecer ocurre a los inquilinos de La Moncloa, no lo era. ¿Ni siquiera después de catorce años? "Ni siquiera".
"Estoy en periodo de descompresión", dice él mismo. "Volver a la vida real me produce una sensación de irrealidad. Sé que estoy en fase de transición, de una situación de suelta permanente de adrenalina a otra de calma y relajo absolutos". Asegura que cada día se siente más liberado y se repite ante las cosas que suceden: "José Antonio, ya no va contigo". Aún así, se sigue despertando a la misma hora, las siete menos cuarto. Con la radio, como antes, aunque ya sin bloc de notas a mano. Radio Euskadi primero y la SER después. Luego salta de tertulia en tertulia. Por las tardes lee un par de horas y descubre los rincones de Vitoria. Se sorprende de ver las colas ante los cines y se propone ir un día. "Ni sé cuándo he estado por última vez en una sala".
En realidad, la descompresión empieza ahora, porque las cinco semanas transcurridas desde que cedió el puesto a Ibarretxe las ha pasado de vacaciones en Marbella, la primera; encamado con gripe, la segunda y las siguientes, de cena en homenaje y de homenaje en festejo. "José Antonio, qué débil estás", se dijo cuando un periódico vendió como gran exclusiva la compra de dos apartamentos en Marbella. "Fui consciente de que, digan lo que digan, no me puedo defender". Atribuye el hecho "a la mezquindad de un director rencoroso y despechado" y gesticula para apartar el asunto.
Quiere estar trabajando de aquí a cuatro o seis meses, y en ese tiempo espera dejar definido el papel de un ex lehendakari. Sus colaboradores no ocultan que, de otro modo, empezará a ponerse nervioso. "Tengo que ganar dinero para seguir viviendo, no te pagan por ser ex lehendakari", dice. No niega que, además de ganar dinero, quiere mandar. "En el sentido de hacer cosas, sí, quiero un trabajo ejecutivo", reconoce. Su antigua empresa, Mondragón Corporación Cooperativa, le ha recordado que allí tiene un sitio, pero aún no sabe dónde recalará. Asegura que no tiene síndrome de agenda vacía y teléfono silencioso. Ni sensación de soledad.
Que su piso, en plena zona peatonal de la ciudad, sea una escaparate donde se topa con la gente nada más salir del portal le está resultando más gratificante que incómodo: le paran, le saludan, le dan las gracias, cuenta, y la gente se va acostumbrando a cruzárselo en su trayecto a pie de casa al despacho.
"Sería estúpido si tuviera nostalgia", dice, y recuerda que se ha ido por voluntad propia y que no le han derrotado en unas elecciones. Ni siquiera la posibilidad de que ésta pueda ser la legislatura de la paz le hace volver la vista atrás: no habría sido el hombre adecuado, apunta. "Más de trescientos muertos en mi mandato no pasan en balde".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.