Idiotas y bocazas
DÍAS EXTRAÑOSRAMÓN DE ESPAÑA Los malcriados habitantes de las grandes ciudades, siempre en busca de estímulos humanos a los que a menudo no sabemos cómo responder, sentimos a veces que nuestros seres queridos no están a la altura de lo que esperamos de ellos. Nuestros amigos podrían ser más divertidos, pensamos. Nuestra novia debería hacer algo más para sacarnos de la rutina en la que nos metemos a la que nos descuidamos. Por su parte, cónyuges y amigos piensan de nosotros con frecuencia que nos podríamos esmerar un poco más en la relación que mantenemos con ellos. Uno de los catalizadores más importantes del mutuo descontento sentimental es el cine, donde, por lo general, todo el mundo lleva una vida más estimulante que la nuestra. Así era, por lo menos, antes de que el cineasta norteamericano Neil la Bute rodara Amigos y vecinos, película que se proyecta actualmente en un par de cines de Barcelona. El señor La Bute alcanzó cierta notoriedad con su anterior obra, En compañía de hombres, una fábula moral contemporánea, políticamente incorrecta, que suscitó las iras de las feministas radicales. No la vi, aunque el enfado de las lectoras de Camille Paglia me hizo sentir una simpatía instantánea por su autor. Después de ver Amigos y vecinos, pienso que las feministas tenían razón, pues nos hallamos ante una de las películas más desagradablemente inhumanas de los últimos tiempos. No hagan caso a esos críticos que colocan al señor La Bute al mismo nivel moral que su compatriota Todd Solondz. Mientras que éste es un humanista alternativo dotado de un gran sentido del humor que, a su manera, se considera parte del género humano (aprovechen para repescar, si se la perdieron, su primera obra, Bienvenidos a la casa de muñecas, que el bueno de Carlos Balagué proyecta en su Méliès), Neil la Bute es un extraterrestre que no entiende una palabra de aquello de lo que habla: las relaciones humanas. Gracias a Amigos y vecinos, ¡algo es algo!, uno sale del cine convencido de que sus seres queridos son estupendos. La galería de monstruos que protagoniza la película consigue que uno salga a la calle con ganas de besar al taxista que (en caso de haberse desplazado hasta el Icaria) le devuelve a la civilización. Amigos y vecinos narra las miserias morales de unos cuantos habitantes de la ciudad de Nueva York. Y lo hace como si esos desgraciados que protagonizan la película fueran personas con las que cualquiera de nosotros podría mantener una relación de amor o amistad. Uno de ellos es un pelmazo que no para de hablar mientras hace el amor. Su mejor amigo es un cabestro para el que el mejor polvo de su vida es la violación de un compañero chivato en sus años de bachiller. La mujer de aquél, de una frialdad aterradora, se enamora (por decir algo) de una chica etéreamente nula. Otro compinche del bocazas sólo se gratifica sexualmente masturbándose... En una sucesión inacabable de comidas y cenas, esta pandilla de imbéciles habla de lo divino y de lo humano hasta que te duelen las orejas más que cuando te veías obligado a tragarte algún ladrillo de Eric Rohmer... Tiemblo pensando que el señor La Bute haga escuela en España. Ante el agotamiento de las películas con jovenzuelos que van a bares trufados de drag queens, me veo venir un montón de películas claustrofóbicas en las que todos los personajes jueguen a ver quién la dice más gorda y quién es más provocador y más políticamente incorrecto. Como no hay mal que por bien no venga, después de ver Amigos y vecinos, quiero más a mi novia y a mis amigos. Incluso he decidido esforzarme en ser más estimulante para ellos, en estrujarme el magín para que nuestra relación se parezca lo menos posible a las que he visto, aterrorizado, en la pantalla del Icaria.
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