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El centro

Julio Llamazares

Como la memoria es débil, como la carne, e incluso cómplice muchas veces, nadie le ha recordado a Fraga, el viejo líder de la derecha convertido ahora en centrista, lo que dijo hace unos años para justificar ante sus seguidores más duros su intervención como presentador de un libro de Carrillo en el Club Siglo XXI de Madrid que levantó ampollas entre los suyos. En aquella ocasión, Fraga explicó, aprovechando la bronca para clavarle un rejón a Suárez, el usurpador de un puesto y una misión que el viejo líder gallego siempre pensó que el Rey le encomendaría a él, que él respetaba todas las ideologías, aunque estuviera en contra de ellas como le ocurría con el comunismo, salvo una: la centrista. ¿Que por qué? Pues muy sencillo: porque para él, dijo Fraga entonces, el centro era la antiideología. Y añadió, para demostrarlo, por si acaso alguien aún tuviera dudas: "Yo no conozco a nadie en la Historia que haya muerto gritando ¡Viva el centro!".Supongo que Fraga ahora ya no recuerde esa frase, como tampoco debe de recordar ya otras intervenciones y frases suyas, pero seguramente le gustará saber que, por lo que respecta a aquélla, hay mucha gente que aún la suscribimos. Para empezar, y sin ir más lejos, entre los propios miembros de su partido. Como dijo Manuel Calero, el compromisario más veterano, a sus 100 años, del congreso del PP: "Me han dicho mis amigos que no diga por ahí que soy de derechas, no vaya a fastidiarle el congreso a Aznar. Pero usted comprenderá que, a estas alturas, a mis años y habiendo sido los Calero de derechas de toda la vida, no voy yo ahora a cambiarme de chaqueta...". Confesión que, a la par que honrada, sitúa la cuestión en su justo punto: ¿qué es el centro? Y, si es algo, ¿en qué se diferencia de la derecha ahora que muchos dicen, sobre todo los de derechas, que ya no hay ideologías? Hasta ahora, lo único que uno sabía del centro (por un libro de poemas de Antonio Martínez Sarrión) es que era inaccesible. Y, también, por los antiguos, que en él está la virtud a pesar de lo que digan, con evidente mala intención, los nacionalistas (ya se sabe que éstos, con tal de joderlo todo, no respetan ni a los clásicos). Pero cuál pueda ser la sustancia del centro, su núcleo definitorio, sus rasgos diferenciadores respecto de la derecha y la izquierda, que esas sí que son ideas claras (basta con leer a Bobbio) pese a lo que digan los neocentristas, sigue siendo un misterio tautológico que amenaza con convertirse en un dogma, de esos que hay que creer a ciegas, puesto que el presidente Aznar continúa sin explicárnoslo bien o, si lo ha hecho, no le hemos entendido. A lo mejor, es que no somos buenos entendedores, de esos que necesitan pocas palabras, como le gustan a él.

Sin embargo, en su partido, sobre todo los altos cargos, lo han entendido todos muy rápido y se han puesto a seguir al presidente en ese viaje hacia el centro que él viene haciendo desde hace meses a toda velocidad como el Discovery hacia la Luna. Hasta el propio Álvarez Cascos, que al parecer es el único que no lo entendió al principio, lo que le costó el cargo de secretario, se ha puesto a disposición de Aznar y se ha quitado él mismo de en medio para no entorpecerle el viaje, en un gesto de altruismo que le honra. Personas como él son las que se necesitan. O como Javier Arenas, que al parecer es el único que era de centro de toda la vida. Así que, a falta de más detalles que algún día quizá nos sean dados -suponiendo que no vuelvan a cambiar de dirección-, lo único que nos queda a los que aún no somos centristas es observar qué ha cambiado en Aznar y en el propio Partido Popular para tratar de saber qué es exactamente el centro y dónde estamos nosotros, no vayamos a haber perdido el sitio. Pero tampoco esto nos servirá de mucho. Aparte de Álvarez Cascos, que al parecer era el único de derechas que había en el Partido Popular, y de la irresistible ascensión de Javier Arenas, la cara amable del régimen -como Solís lo fue del de Franco-, que ya estaba en el Gobierno, los nombres y las caras siguen siendo los que había. Y con el mismo aspecto, que ni siquiera en eso han cambiado dada su antigua afición a las corbatas de seda, en el caso de ellos, y a los trajes de chaqueta y los pañuelos de Chanel, en el de ellas. Y otro tanto ocurre con sus discursos. Como nunca han dicho nada, sobre todo el presidente, cuya teoría política se resume en dos ideas: "¡Váyase, señor González!" y "España va bien", tampoco es posible detectar cambios más allá de algún matiz y de la cara del portavoz, que es más guapo que el que había hace unos meses y que siempre está contento porque, aparte de ministro, es catalán. Que es una forma de ser de centro sin tener que sacar el carné de ningún partido.

Así que hay que deducir, a la vista de todas estas cosas, que el centro es el propio Aznar, esa entelequia corpórea que puede ser lo que quiera, de derechas, de izquierdas o de centro, porque, como el agua, es insustancial, inodoro, incoloro e insípido. Y porque, lo que es él mismo, el único viaje que ha hecho al centro es, como ya ha apuntado alguien, el que hizo hace unos años cuando vino de Valladolid a Madrid.

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Julio Llamazares es escritor.

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