Pintar el Liceo MONIKA ZGUSTOVÁ
Mientras tomamos un té en el Café de la Ópera, en La Rambla, Perejaume, el pintor que ganó el concurso para decorar el Liceo con sus creaciones, me cuenta la larga historia de su sinuosa relación con este teatro. La voz sincopada del artista acompaña a su viva gesticulación, y yo no puedo dejar de pensar en otros artistas, al servicio de otras instituciones. Sí, a lo largo de la historia, la relación entre el artista y el poder ha sido tempestuosa. La mayoría de los artistas, desde la Edad Media en adelante, dependían del favor de los grandes patrones, quienes tenían los medios para contratarlos y encargarles obras donde plasmar su genio. Por eso, las carreras de los artistas estaban a merced tanto de los caprichos de esos protectores como de la situación social y política de su tiempo, siempre inestable. Michelangelo tuvo graves enfrentamientos con el poder eclesiástico cuando el papa Julio II le encargó la elaboración de su monumento sepulcral y, como castigo por una disputa entre el escultor y el eclesiástico, éste le obligó a pasar más de un año creando un gigantesco retrato suyo de bronce, para fundirlo a continuación y usar el material para fabricar un cañón. La relación con el poder institucional de otro artista, Rembrandt, no fue mejor: paulatinamente apartado de los círculos artísticos, al pintar, al final de su vida, un cuadro encargado por el Ayuntamiento de Amsterdam, las autoridades criticaron su lienzo, y el artista, en un ataque de desesperación, cortó su obra maestra en pedazos. Otro artista, Goya, que creó tantos retratos de la nobleza y la realeza española de su tiempo, siempre se vio obligado a trampear en su situación de pintor de la corte y su relación con los poderosos -los reyes y la Inquisición-, y terminó sus días en el exilio. Perejaume sigue hablando y mientras tanto yo recuerdo que, tras el incendio del teatro, los que compramos el primer número de la revista Cave Canis descubrimos allí la ilustración Mapa de Catalunya estampat amb les cendres del Liceu, de la mano de Perejaume. Las autoridades del Liceo entonces acusaron al artista de apropiación indebida de la imagen del teatro. La idea del artista, al quemarse el Liceo, era dar sentido a aquel accidente. Naturalizar el incendio. Según él, los paisajes que, antes del incendio, se habían trasladado al teatro como escenografías de las distintas óperas regresaron, tras el incendio, a sus lugares de origen en forma de cenizas, impulsadas por el viento: los bosques de abetos de las escenografías wagnerianas retornaron al Pirineo, las orillas del mar de la ópera napolitana volvieron a la Costa Brava. Así, cobrando un sentido definido, de retorno al origen, dejaba de ser un suceso puramente accidental. Además, Perejaume hizo un intento de democratizar el arte musical: al diseminar el teatro esparciendo sus cenizas, lo abría a todo el mundo, desaristocratizaba el teatro de la ópera. Ahora, cinco años más tarde, el Liceo ha permitido que Perejaume ganara el concurso, y además con un proyecto que parte directamente de la idea del mencionado mapa estampado con las cenizas. En esta nueva obra de Perejaume, con la que el artista decorará los plafones del techo y los rosetones del arco del proscenio, las butacas se alinean sobre los paisajes donde, tras el incendio, se posaron las cenizas. Entonces el Liceo se fundió en el paisaje y ahora el paisaje retorna al Liceo en forma de platea, de patio de butacas que, en otra vuelta de tuerca, el arte de Perejaume coloca en el techo, como un espejo de lo que hay abajo... lo que está abajo está también arriba... ¿dónde está el arte, dónde la realidad?... butacas de terciopelo rojo encendido. Me despido de Perejaume delante del café, dejo al ocupadísimo artista correr a su próxima cita y decido entrar en el Liceo. En una espesa niebla de polvo, hombres con casco trabajan concentradísimos. Contemplo el paisaje de amorcillos mofletudos, angelitos rechonchos, musas doradas y un sinnúmero de ornamentos de toda clase, que cubren el proscenio y el techo, y en medio de todo eso me imagino la obra de Perejaume, rabiosamente moderna en su concepto y elaboración. Y entonces no puedo dejar de aplaudir al Liceo por dar su apoyo a lo actual en el arte y el pensamiento, y espero que en su repertorio el teatro también apostará por la música de nuestro tiempo. Inspiro el aire perfumado de yeso y en la mejilla se me pega, como un ala de mariposa, un trocito de lámina de oro que los conservadores usan para dorar los ornamentos. El oro del Rin ha vuelto al Liceo, diría Perejaume.
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