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La nueva Caixa [HH] ANDREU MISSÉ

La supuesta incapacidad de Cataluña para construir grandes bancos ha sido una referencia constante en todos los análisis económicos realizados a lo largo de este siglo. La suspensión de pagos del Banco de Barcelona (1920) y las crisis del Banco de Cataluña (1931) y Banca Catalana (1982) han sido los hitos más elocuentes de esta frustración, analizada con rigor durante estos años por Francesc Cambó, Joan Sardà, Lluc Beltran, Ernest Lluch y Francesc Cabana. Esta sensación de impotencia aparecía bien sintetizada en 1967 en un libro de Jacint Ros Hombravella y Antoni Montserrat, cuyo título -L"aptitud financera de Catalunya- no podía ser más ilustrativo de la inquietud de estos economistas por la creciente pérdida de peso de la banca catalana en el conjunto de España. Según los autores, en 1962 los bancos catalanes sólo controlaban el 2% de los depósitos del sistema financiero español. Respecto a las cajas, su visión era aún más negativa al señalar a estas instituciones como los principales agentes de exportación del ahorro catalán hacia el resto del Estado. Ros y Montserrat estimaban que en aquellos años, las cajas canalizaban hacia otras regiones una tercera parte del ahorro personal generado en Cataluña. Este panorama de pesimismo ha cambiado radicalmente en las últimas dos décadas por el notable crecimiento del Banco de Sabadell y, sobre todo, de La Caixa, aunque la fortaleza real de esta última es todavía bastante desconocida fuera del mundo de los especialistas. La realidad es que, bajo la dirección de Josep Vilarasau, La Caixa ha registrado una impresionante expansión hasta convertirse en el cuarto grupo financiero español (el tercero por beneficios, recursos gestionados y solvencia). Un solo dato ilustra su potencial: hoy La Caixa gestiona el 11% de todos los recursos españoles, es decir, cinco veces más que todos los bancos catalanes en los años sesenta. ¿Pero cómo ha cambiado La Caixa durante estas dos últimas décadas? Como ha escrito Vilarasau parafraseando a lord Kelvin, "se conoce lo que es susceptible de ser medido". Pues bien, las cifras han evolucionado así: en 1975 los recursos ajenos de La Caixa representaban el 5% de todo el sistema financiero; hoy pasan del 11%. Aquel año, las 365 oficinas suponían el 2% del total; hoy las 4.000 actuales, más de la mitad fuera de Cataluña y Baleares, superan el 11% del mercado español. En Cataluña, La Caixa administra el 40% de todos los depósitos. Durante estos 23 años, los recursos propios se han multiplicado por 70; los beneficios por 36; las dotaciones a obra social por 28, y la plantilla por 5. La Caixa ha constituido el primer grupo industrial español, con un valor superior a dos billones de pesetas; el primer grupo asegurador, con unas reservas matemáticas de 1,2 billones de pesetas, y ha establecido importantes acuerdos internacionales como el firmado con el grupo belga Fortis. El balance de esta nueva potencia financiera es la parte más positiva de la labor de Vilarasau, cuya influencia trasciende la entidad de ahorro. La actual dimensión de La Caixa acaba con todos los complejos sobre la supuesta incapacidad de los catalanes para las finanzas. Para llevar adelante esta transformación, Vilarasau ha ido forjando un compacto equipo de dirección siguiendo el modelo de las grandes corporaciones. Junto a los nuevos directores generales, Isidre Fainé y Antoni Brufau, la lista de ejecutivos en puestos clave es bastante más extensa: Ricardo Fornesa, Rosa Cullell, Antoni Massanell y Tomás Muniesa, entre otros. El poder de los ejecutivos de La Caixa es posiblemente el ejemplo que mejor encaja con el concepto de tecnoestructura acuñado por el John Kenneth Galbraith. El economista norteamericano advierte con ello sobre el excesivo poder de los directivos frente a los órganos sociales de las empresas. Esta fuerza de los ejecutivos ha permitido crear una institución con una independencia absoluta de los poderes políticos. Ni Pujol, ni los socialistas antes, ni los populares ahora han podido colocar nunca a nadie en el núcleo duro de gestión. Ha funcionado su estilo florentino, el de las buenas maneras, las atenciones, el del guante de seda con mano de hierro. Las relaciones con Pujol han sido fluidas, y a ello ha contribuido la evolución del presidente catalán hacia posiciones menos intervencionistas. Mucho se ha moderado el Pujol de los años setenta, que se definía como banquero y admiraba el modelo alemán de banca comprometida con la industria que predicaba el profesor Premauer. Cataluña es la comunidad que menos interfiere en la gestión de las cajas. Fainé y Brufau han aprendido bien la lección y son un buen ejemplo de profesionales apolíticos que saben cómo administrar las relaciones con los gobiernos. El ejemplo más elocuente de este extraordinario poder de los ejecutivos ha quedado reflejado por la manera en que Vilarasau ha conducido personalmente la operación de doble relevo (en la presidencia y la dirección general), sin el más mínimo debate. Los 159 miembros del consejo general se enteraron de los cambios en la misma asamblea en que debían pronunciarse sobre los mismos. La capacidad de persuasión de Vilarasau debió de ser muy grande. Logró el voto favorable por unanimidad de una asamblea en la que hay una plural representación de políticos de todos los colores, alcaldes, profesionales y sindicalistas. Sin duda, el sentido pragmático del presidente ha calado hondo en los órganos de la institución, donde es difícil presentar alternativas que no supongan algún riesgo. Todas las ventajas de esta independencia se producen a costa de concentrar el poder en muy pocas manos. Además, las tareas de vigilancia de los órganos de gobierno quedan muy diluidas. Todo ello tiene mucho que ver con el modelo jurídico de las cajas, que en muchos aspectos se ha agotado, ya que no garantiza la estabilidad del modelo. El modelo de cajas de ahorro que inició su andadura en 1810 en Escocia con objetivos benéficos de la mano del reverendo Duncan, experimentó una profunda transformación en la Gran Bretaña de los años ochenta de este siglo. El impulso social inspirado por Bentham y Malthus sucumbió ante el fuerte oleaje del liberalismo y en 1985 las cajas del Reino Unido se transformaron en sociedades anónimas. Pero otros países ajenos a la fiebre ultraliberal, como Irlanda, Francia, Bélgica e Italia, siguieron los mismos pasos, buscando el mercado como criterio definitivo para controlar su gestión. A medida que las cajas iban realizando las mismas actividades que la banca y eran sometidas a la misma regulación que las demás entidades financieras, resultaba difícil encontrar un modelo de organización jurídica distinto al de las sociedades anónimas y un control diferente al de la bolsa. El otro modelo, el alemán, en el que las entidades de ahorro suponen más del 40% del sistema financiero, también ha registrado una importante evolución. Pero las casi 600 cajas municipales y las grandes centrales de giro siguen controladas por los länder, lo cual les da una cierta garantía de estabilidad. Ninguno de estos modelos encaja con el de La Caixa. Su expansión fuera de su territorio original dificulta su control por el Gobierno autónomo. Vilarasau se ha apoyado hábilmente en un sistema de contrapoderes y ha modernizado la entidad con los mismos criterios que en los años sesenta tomó parte en la más importante transformación de la economía española con la aplicación del Plan de Estabilización. Pero el funcionamiento equilibrado de la sociedad española no empezó hasta la aprobación de la Constitución. A La Caixa, como a todas las cajas, le falta también su Constitución, que como toda Carta Magna precisará mucha prudencia, consenso y democracia.

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