_
_
_
_
_
EL PERFIL

Aurora Luque, de Grecia y de momento

L os premios Goya tienen algo de Hollywood para pobres. Y no es que pretenda yo arremeter contra el cine español -algunas de cuyas películas he tenido el inmenso placer de ignorar para siempre jamás-, es que esos interminables recordatorios que perpetran los galardonados goyescos -recuerdos para mamá y papá, menciones a un primo en paradero desconocido, al electricista improvisado, a la señora de los servicios- me sugieren la visión excesiva de ciertos pamplinas yanquis recogiendo su Óscar: "Quiero darle un beso en los labios mayores y menores a Lynda, mi esposa, sin cuyos rulos nocturnos jamás hubiese podido filmar esta película". Los Goya tienen menos esmóquines por metro cuadrado y más batas de boatiné y boinas por fila de asientos, de modo que uno casi puede imaginarse al parnaso del cine español compartiendo chistorras y tortillón de papas en el patio de butacas del local destinado a otorgar el cabezón del ilustre pintor. Dicho sea sin romper lanza alguna por un tal García ni, mucho menos, por los mensajeros de su Abuelo. Dicho sea también, y por supuesto, sin ánimo de pitorreo alguno para con los ilustres andaluces otorgantes del Premio de la Crítica Andaluza. Y dicho sea por fin, y de paso, por ver si me aclaran la diferencia entre la crítica andaluza y el resto de la crítica ejercida en lengua española. Dicho sea sin mirar a nadie. Aurora Luque acaba de ser galardonada con un premio -ése, el de la Crítica Andaluza- que, sin embargo, no merma ni localiza la calidad de su obra poética; ni siquiera su remoto aspecto de cariátide andaluza se ha visto afectado por el galardón. Ese premio no es más que una diminuta anécdota en la obra de esta poeta (de Almería -sólo desierto no hay allí, está claro- y del año 1962) que pasó los mocos de su infancia granadina a base de trasegar lonchas de jamón en las Alpujarras y, ya instalada en sus estudios de Filología Clásica -ahora es profesora de lengua griega-, quizás algún vaso de vino de la costa en El Natalio, durante su juventud en la ciudad del morcón en el Aliatar y del medio Dyc con soda en El Rey Chico; de ahí el fortalecimiento de unos maxilares, los suyos, que le permiten proclamar: "... ni siquiera sé si voy a escribir más libros de poemas, si me voy a volver narradora, o poeta feroz". Tampoco es para ponerse así. De momento, es una poeta con ribetes clásicos por cuyos versos desfilan casi todos los fantasmas de Cavafis entonando el pífano y, en contadas ocasiones, acompasando con castañuelas el zapateado de Sarasate. Será porque no está mal echarle unos fandanguillos al Apolo de la esquina, o comprarle el cupón a esa Palas Atenea que consigue mal llegar a fin de mes con la ayuda del Marlboro de estraperlo. De momento, decía, ha publicado casi la docena de libros propios y obtenido con ellos premios, accésits, becas, ayudas y menciones honoríficas; de momento, ha traducido a las poetisas de la Grecia Antigua -especialmente a María Lainá y a Louise Labé- y a un tipo, machote él, que vino a llamarse Meleagro de Gádara -¡por Zeus, no me lo confundan con Alejandro Gándara!-; de momento, su nombre y sus versos están en un montón de antologías nacionales y extranjeras. Hasta ahí no hay, ni en su biografía ni en su bibliografía, diferencias notables con los otros cuatro o cinco millones de poetas españoles del momento. De momento, pues, no pasa na. Sin embargo, algo empieza a pasar cuando el improbable lector de poesía se acerca a lo impreso por esta mujer y lee: "... Busco una dosis / de mares sucedáneos. / Cómo podría desintoxicarme. / Dependo de por vida / de una droga. De Grecia". Y continúa leyendo: "Una avioneta blanca sobrevuela la costa / con su estela de lona casi en blanco. Anúnciese en el aire...". Así es como ese improbable lector descubre que tras la fama de Aurora Luque -"poeta embebida por las fuentes clásicas grecolatinas"- está su ceniza; es decir, su verdad, la que ella misma va pregonando: "... más que tradición cultural es algo vital, una energía fresca en el poema, no fosilizada ni decorativa, sino que forma parte de él". Y lo que termina de pasar con esta mujer que escribe (luego piensa) buenos versos y algo de prosa buena es que es eso, una mujer. Una mujer consciente de que los seres humanos no tienen por qué dividirse en dos bandos opuestos y enfrentados -machos y hembras- que dedican sus horas y sus días y sus años a clavar cañillas entre las uñas del adversario. Por lo que he leído y visto, Aurora Luque es un ser humano que sabe que una parte de sus congéneres le ha hecho la puñeta a la otra y que es preciso suspender la marranada del machismo, pero sin revanchas; no sea que el feminismo termine convirtiéndose en la misma putada que critica, pero a la inversa. Semejante matiz -que sólo una persona extraordinariamente avispada puede añadir a su condición de ser humano- es posible que le cueste más de mil disgustos y no sólo literarios a Aurora Luque. De momento, Aurora ha sido galardonada y, pese al premio ese, su obra no desmerece. De momento. JUVENAL SOTO

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_