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Ruido y nueces

Son gigantes, majestuosos, y a los profanos que no entendemos lo de la dinámica de fluidos se nos antoja un milagro que vuelen. Son aviones, constituyen uno de los exponentes de nuestro tiempo, y en Barajas despegan y aterrizan a razón de 700 al día. Sesenta mil personas vienen o van a Madrid en ellos, y el movimiento de mercancías que transportan en sus bodegas supera las 260.000 toneladas.Grandes cifras para el gran negocio aeroportuario, capaz de mantener en nuestra región 155.000 empleos y de generar por sí solo otros tantos en los próximos 10 años. Pero esos enormes pájaros mecánicos hacen ruido, un ruido ensordecedor que los ingenieros aeronáuticos parecen incapaces de mitigar. Tanto, que en los municipios próximos al aeropuerto han emprendido una batalla política contra los decibelios, creando incluso una organización que denominan Plataforma contra el Ruido. Pretenden presionar para que la Administración palie las molestias que ocasiona el incremento de la actividad aeroportuaria y, sobre todo, que renuncie a construir nuevas pistas en aquel aeródromo. Los expertos calculan que, en la próxima década, la demanda en el sistema aéreo de Madrid crecerá una media del 4% al 5% anualmente, lo que predice un movimiento de 43 millones de pasajeros en el 2010.

Una capacidad operativa que está lejos de poseer en la actualidad el aeródromo madrileño, a pesar de haber estrenado hace unas semanas su tercera pista. De no proceder a nuevas ampliaciones, Barajas volverá a quedar saturado en el plazo de cinco años. Urge, por tanto, tomar una determinación que permita planificar con tiempo y afrontar la demanda aérea que se nos viene encima. La Comunidad de Madrid ha previsto ya la reserva de terrenos en el municipio de Campo Real para construir un segundo aeropuerto con espacio para ocho pistas, cuatro terminales y cien millones de pasajeros. Campo Real sería una buena solución por sí sola, de no ser porque la realización de un aeropuerto es una empresa que requiere no menos de 10 o 12 años, y ya no disponemos de ese tiempo. Aunque se edifique allí un nuevo aeródromo, será imprescindible construir una cuarta e incluso una quinta pista en Barajas, si no queremos que, durante cinco o seis años, Madrid no pueda afrontar la demanda y pierda la oportunidad histórica de convertirse en la gran puerta de Europa para Latinoamérica. Las circunstancias son óptimas para ello, porque París y Londres están saturados y el mercado aéreo internacional necesita establecer lo que los técnicos denominan un aeropuerto hub, capaz de permitir tránsitos rápidos para vuelos de enlace. De lograr Madrid esa posición de privilegio, Barajas se convertirá en un gran impulsor del desarrollo regional, generando -según los estudios técnicos- una expansión sin precedentes de la actividad económica, las infraestructuras y, muy especialmente, de las localidades vecinas. Las cifras demuestran hasta qué punto los municipios vecinos que sufren las consecuencias negativas de la actividad aeroportuaria reciben también la mayor parte de los beneficios económicos derivados de ésta. Casi el 30% de los que trabajan en Barajas residen en los cinco municipios próximos al aeropuerto, los mismos que absorben más de 10.000 empleos generados por su actividad. Datos que dan una idea de la fatal contribución que para el empleo en esas localidades supondría el abortar su desarrollo. A esto habría que añadir la pérdida de otras ventajas no cuantificables, como lo son el alto nivel tecnológico de las empresas atraídas por el aeropuerto o la calidad de las infraestructuras de transportes y comunicaciones que su actividad comporta.

Sin ánimo de despreciar la incidencia que los aspectos medioambientales tienen sobre la calidad de vida, todo parece indicar que las localidades de Alcobendas, Torrejón, Coslada, Paracuellos y San Fernando harían un pésimo negocio si forzaran un recorte en el crecimiento del aeropuerto. Más inteligente sería negociar un pacto con la Comunidad y el Ministerio de Fomento que les permitiera realojar a los vecinos más perjudicados por el incremento del tráfico aéreo y compensar con dotaciones y otras ventajas a quienes lo sufren de una forma menos intensa. Con un negocio de esa magnitud en juego, la Administración puede permitirse el lujo de descargar una lluvia de millones sobre ellos. El ruido traería muchas nueces.

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