Brown exhibe su arrogancia
Durante unas zancadas pareció que ésta vez no, que los europeos no dimitirían en una reunión internacional de cross. Pero bastaron unas pocas de esas otras zancadas, las que dibujan abismos, para que la ilusión se desvaneciera en Elgoibar. Ganaron Tergat y la etiope Gebregeorgis. Los señalados, aunque esta vez el planteamiento de la historia sufriera esperanzadoras variaciones. No así su desenlace. No existen fórmulas para competir contra el pelotón africano. A veces, ni siquiera queda margen para competir. No ayer. No con el galés John Brown y su arrogante flema. Brown optó de salida por lo que pudo parecer un suicidio deportivo y resultó una demostración de autoestima y seguridad. Corrió como se corre en los patios de las escuelas o como corren los que intuyen su superioridad. O quizás quiso asegurarse el segundo puesto, algo que su velocidad acostumbra a negarle. Por eso destrozó la carrera a tirones, igual que en Llodio, en 1996, cuando levantó los brazos anticipándose a Tergat. Ayer, los europeos y el mexicano Cuñado, animados por el dudoso pedigrí de los africanos -sólo Tergat y Gachara contaban realmente para el triunfo- se regalaron el beneficio de la duda. Atacaron a relevos desde el pistoletazo entre atónitos y esperanzados por la supuesta indiferencia de Paul Tergat, que no sumó su respiración a la del grupo de cabeza hasta pasados los dos primeros kilómetros. Su llegada templó los ímpetus generales, Fiz incluído (octavo al final). Pero soliviantó a John Brown. Éste último se reserva todos los derechos de réplica al dominio africano. Tenaz y regular, ya ganó en Elgoibar hace dos años, sucediendo al portugués Paulo Guerra, otra de las esperanzas blancas intermitentes. Brown, tercero esta temporada en el cross de Durham, culibajo y de estructura estrecha, enseñó a Tergat su correr meticuloso. El keniano, cuatro veces campéon del mundo de la especialidad, cedió dos metros, luego dos más y se plantó a seis pasos del galés. Así permaneció durante tres kilómetros, tiempo suficiente para animar las apuestas. De hecho, Brown ya no tenía más con que apostar. Se instaló en su agonía esperando que fuera también la de Tergat. En vano. En uno de los últimos giros de 90 grados que adornaban el circuito de la localidad guipuzcoana, Brown redujo el paso; Tergat incrementó el ritmo de su zancada sedosa. Cien metros más allá les separaban tres segundos, seis, otros cien metros más lejos. Brown mantenía su cadencia sin hundirse y Tergat flotaba. Como acostumbra. Como este año en Uruguay o en Sevilla. Casi la misma historia, obviando las diferencias de sus respectivos historiales, que conoce últimamente la etíope Gebregeorgis. Su estilo, de apariencia frágil, contrastó con los movimientos entrecortados, breves y potentes de la aragonesa Luisa Larraga. Pareció que no compartían el mismo suelo. La prueba femenina, frustrante en cuanto a su inscripción -los organizadores, que sólo reunieron a 15 atletas, podrían replantearse la contratación de figuras internacionales para el año 2000-, adelantó el guión de la masculina. Aquí, Larraga convirtió en una cuestión de honor el manejo de la carrera. El ritmo sería el suyo, también los ataques y a ella acabó perteneciendo la impotencia. Porque cuando la suave Gebregeorgis (acumula tres victorias en 1999) decidió cambiar, la aragonesa no hizo más que constatar el desfase real entre ambos continentes. Igual que Brown, tuvo un kilómetro para pensar, la vista puesta en una figura menguante, en estrategias inverosímiles.
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