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Cuatro con una lata

No hay que extremar los paralelismos: este fin de siglo nada tiene que ver con los años treinta; la España democrática no recuerda en nada a la Alemania de Weimar; los "cuatro con una lata de gasolina" no pueden compararse a las escuadras de nazis uniformados; los concejales y afiliados del PP a quienes antes mataban y ahora les queman sus casas o sus negocios no guardan ningún parecido con los tenderos judíos; la Ertzaintza, armada hasta los dientes pero incapaz de detener a uno solo de esos cuatro, no se parece en nada a aquella otra policía que se cruzaba de brazos ante el apaleamiento de ciudadanos indefensos.Es un anacronismo comparar tiempos y situaciones tan dispares. Y sin embargo, los sentimientos, las actitudes y las conductas de los hombres se asemejan tanto por encima de siglos y lugares que todavía hoy nos interpela Sófocles cuando hace cantar a su coro: "hay mucha violencia por doquier, pero nada hay tan violento como el hombre". Creonte y Antígona, como Romeo y Julieta, hablan directamente a nuestros oídos: la cobardía, la traición, el odio, la piedad, el coraje, el amor, se manifiestan hoy como hace cientos, miles de años. Es verdad que por lo que respecta al tiempo y al mundo, todo cambia; pero en lo que se refiere al corazón del hombre, nada nuevo bajo el sol.

Nada nuevo había, en efecto, en aquellos verdugos voluntarios de Hitler que contribuyeron con su silencio o su aquiescencia a la hecatombe del pueblo judío. Muchos de ellos no cogieron nunca una lata de gasolina para prender fuego a la tienda de su vecino; de buena gana, ellos jamás lo hubieran hecho; algunos sintieron incluso cierta repugnancia. Pero, quizá por pensar que de algo serían culpables los castigados con el fuego o tal vez porque creyeron que los incendiarios no eran más que cuatro con una lata, lo cierto es que acabaron dando su visto bueno al humo de los incendios. Al fin y al cabo, allí no pasaban "nada más que tonterías y a las tonterías hay que darles la importancia que tienen".

Cuatro con una lata han quemado el bar de uno del PP, pero en Euskadi no pasan nada más que tonterías: esto es lo que piensa, manifiesta y publica el ilustre cocinero y reputado restaurador Karlos Arguiñano, a quien su entrevistadora presenta "recién aseado, limpito" y desprendiendo "un aroma de recio varón"; se nota, con solo olisquear tan exótico aroma, que a él nadie le ha chamuscado el restaurante. Su única preocupación, lo que de verdad inquieta a este honrado ciudadano, es que a algunos la paz "les ha complicado su forma de buscarse la vida" -pues la guerra era el gran negocio de los muertos- y por eso "tienen miedo de que el Gobierno vasco no salga bien".

¿Gobierno vasco? Bueno, gobiernos vascos ha habido en Euskadi desde el Estatuto, y no es más vasco este gobierno que los anteriores. Más nacionalista sí; pero no más vasco, a no ser que se identifique lo vasco con lo nacionalista y se borre al 45% de la población su identidad vasca. Y eso es lo que hace Arguiñano al expresar tan claramente lo que otros dan por entendido: los cuatro de la lata son, desde luego, vascos; pero el bar es sólo de uno del PP. ¿Es vasco ese del PP? Quizá no; quizá es uno de esos a quienes la paz les ha complicado la forma de buscarse la vida; quizá no es más que un desgraciado, que ni es vasco ni conoce los secretos de la buena mesa. En todo caso, lo que le ha ocurrido es una tontería y a las tonterías hay que darles la importancia que tienen.

Se entiende ahora mejor que los firmantes de Lizarra hayan decidido, bajo la creciente hegemonía política de HB, no ocuparse de esa lucha callejera en la que un solo luchador es dueño de todo el cuadrilátero. Sin duda, los actos violentos, como dicen en un PNV que en nada recuerda al Partido Popular Nacionalista Alemán de 1933, "perturban y enmarañan la situación", pero no hay que exagerar: que tengan paciencia los del PP, porque cuando llegue la "fase resolutiva" ya dejarán de arder sus negocios.

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