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Tribuna
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El regreso del zurdo

Hoy es uno de los jugadores más aclamados del campeonato, pero hasta hace poco era uno de esos deportistas devaluados por una imprecisa leyenda de desorden, indolencia y conformismo. Se había convertido en ese colega brillante y calavera que jamás llegaría a ninguna parte porque era incapaz de escuchar el despertador, de tomar a tiempo el autobús o de concentrarse durante más de diez minutos. A su lado siempre había alguien dispuesto a decir Tiene calidad, pero es un vago, o Es brillante, pero le falta ambición o, peor aún, a escupir la sentencia corrosiva que siempre tienen a mano los envidiosos profesionales: Éste es como fulanito, aquel chico tan prometedor que terminó revendiendo lotería. Un año más y aquel muchacho sería Fulanito Gutiérrez, se convertiría irremisiblemente en melodía de arrabal.Mientras los iconoclastas le negaban cualquier oportunidad de redención, él parecía ignorar que, como en todo escenario iluminado por la fama, en su mundo había que aceptar una imposición: mientras la mediocridad es un valor tolerado, el talento suele estar bajo sospecha. Los intransigentes le habían hecho prisionero y él, consecuente con su memorial de travesuras, empezaba a sentirse a gusto en el traje de perdedor.

Algunos años antes, había llegado a la Ciudad Deportiva precedido de un aire de fragilidad. Cada sábado se perdía en un tumulto de niños sofocados y padres impacientes; ni su cuello ténue, ni sus piernas combadas, ni su descosida figura de aspirante prometían nada especial: parecía una cría de jirafa que se hubiera equivocado de rebaño. Vestido de uniforme tampoco mejoraba gran cosa; tan flaco y tan estirado amenazaba con salirse por el cuello de la camiseta.

Luego, cuando recibía la pelota, las cosas cambiaban; aquella aureola quebradiza despedía un reflejo metálico, y a partir de entonces el chico se investía de una extraña autoridad y comenzaba a manejarse con un desenfado desconcertante. Viéndole evolucionar estaba claro que el fútbol era para él una actividad tan natural como rascarse o bostezar. Participaba en los despliegues sin violencia alguna; los toques al espacio libre, los recortes en plena carrera, los controles con sorpresa y otras sutilezas imprevisibles eran expresiones de un único código y parecían formar parte del mismo lenguaje corporal que la sonrisa o el llanto. Aún más, tenía una de esas temibles señales que en el deporte han perdido su antigua reputación de anomalía y que actúan como una lente de aumento. Como Puskas o Maradona, él también era zurdo.

Hoy, dos o tres partidos después, quizá porque no aparece en ningún catálogo, Guti ha puesto a pensar a la cátedra. Sus cualidades van del caño con humillación al tiro por la escuadra, así que los expertos se preguntan si debe ser clasificado en el grupo de los virtuosos o en el de los pegadores. Por ahora deben conformarse con un apunte: tiene la aspereza suburbana de los jugadores de barrio, mantiene una relación telepática con Raúl, se hizo futbolista estudiando a Michael Laudrup y cierto día consiguió el récord absoluto de pases mirando al tendido.

Por tanto, relájense y preparen el microscopio. Si tardan en conseguirle un parecido, será mejor que se resignen a la sorpresa.

Eviten la angustia de decidir si es diferente porque es grande o si es grande porque es diferente.

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