"Debo de estar en todas la listas negras"
Pregunta. Ahora expone mucho. Respuesta. Coincidencias. Algunas de mis exposiciones están trabadas desde hace años, como la de Bancaixa, y llega un momento que una exposición suscita otra y se te junta el trabajo. P. Se prodiga más en el extranjero que aquí. ¿Es una cuestión de mercado? R. En parte se debe a que durante la dictadura era muy difícil subsistir aquí y procurabas crearte un circuito en el extranjero. El circuito se ha ido ampliando a menudo de forma extraña. Por ejemplo, la traducción de un libro de versos que estaba dedicado a mí, ha despertado el interés por mi obra en Ucrania y en otros países del Este. P. ¿Vende más fuera? R. Sí, y también depende. Lo importante es tener muchas cosas para que alguna te salga bien. Nunca he sido un pintor de una galería ni tengo marchante, y por lo tanto hay que estar abriendo iniciativas de forma constante, aunque, de entrada, no sean un mercado sólido. P. Y aquí, ¿está en alguna lista negra? R. Debo de estar en casi todas. Tampoco sé por qué. La verdad, es que en este último periodo estoy trabajando bastante. P. Entre los cuatro y los siete años pasó largas temporadas en la cama enfermo. ¿Es ahí donde se incuba el pintor? R. Estuve casi un año en cama, y como entonces no había televisión, pues dibujaba y leía. Lo que ocurre es que luego descubres que más el 50% de los pintores han estado enfermos. Dalí decía que la prisión era creativa: cuando peor estaba uno, mejor. La verdad es que mi generación partió, generalmente, de una situación bastante complicada, porque éramos hijos de familias normales, sin demasiada ayuda ni el rumbo muy claro. P. Usted es autodidacta. R. Sí, a los 12 años ya estaba trabajando de carrocero. Disponía de muy poco tiempo para pintar y para salir con las chicas, hasta que descubrí que podía simplificar las dos actividades dibujando a las chavalas. A los 16 años ya quería irme a pintar, pero mi padre y mi hermano siempre me retenían porque les hacía falta. Pero a los 23 años decidí dar el salto. P. ¿Qué le dijo su padre? R. Que me moriría de hambre. No sé cómo lo he hecho, pero lo hice, y nunca he tenido dificultades económicas muy grandes. Si tenía menos, gastaba menos. P. ¿Se hizo pintor en París o en Alcoy? R. En Alcoy. A París no fui hasta el año 65. Fui con unos amigos, con la intención de hacer una exposición, y como no nos dejaron, tuvimos que exponer la obra en la calle. P. ¿Ser de Alcoy ha determinado de algún modo su obra? R. Ser de Alcoy marca mucho en todos los aspectos. Somos un pueblo diferente. Apenas sabemos nada de la agricultura: somos gente urbana. Somos el único pueblo que ha tenido una revolución industrial como toca, con muertos, heridos y represaliados. P. Aparte de la ideología, ¿la técnica industrial le ha influido? R. También. Y mucho el oficio familiar. Yo aprendí en el taller de mi padre a ser chapista y a soldar, que son trabajos que le vienen muy bien a un artista plástico. Luego introducimos la pintura y fuimos los primeros en Alcoy, y quizá en más sitios, en rotular los camiones. P. Ha pasado por el expresionismo, por el pop-art, el op-art, el realismo rítio... ¿Dónde está ahora? R. Siempre es difícil etiquetarse. Hago, más o menos, una especie de realismo social, en el sentido de que soy realista y tengo una preocupación social que me gusta denunciar. Hay una cierta influencia del pop-art que llega a Valencia en los años setenta, y que compartimos los pintores de mi generación, y luego, manías que hemos tenido todos los pintores de este país como fijarnos en unas cosas y contarlas de una manera crítica y constructiva, intentando transformar, sin grandes posibilidades de éxito, la realidad. P. ¿Hay algo más allá de la crítica? R. Siempre he pensado que si un cuadro está mal resuelto y estéticamente es malo no sirve para nada. Si esas cosas se hacen bien, todo lo que le añadas es enriquecer el producto. Si te muestras como eres, no engañas a nadie. P. Esta intención de servicio humano de su obra, ¿es como premisa o como conclusión? R. Va todo junto. Aunque no te lo plantees, sale. Tú quieres comunicar una serie de cosas que están en la sociedad, las recoges y las devuelves a la sociedad con tu visión. Y se va produciendo un intercambio constante. Y si utilizas un lenguaje comprensible, la gente interpreta muy bien las cosas, sea en Ucrania o en Japón. P. Uno de los peligros de la crítica como sistema es caer en el panfleto. R. No tengo este complejo. De joven me preocupaba que me acusaran de patriotero, pero ahora me da igual. Hasta los panfletos, si tienen una dignidad, están muy bien en una obra de arte. P. Su obra rezuma una inequívoca personalidad ideológica. ¿Se le atenúa con los años? R. Espero que nunca. A menudo la gente pierde radicalidad con la edad, pero yo no me tengo por un radical. Los radicales son los otros, los contrarios. Siempre he procurado el punto de vista de que las cosas sean justas, y ahí no se puede ser radical. No se puede ser radical abogando por la justicia, por la libertad y por la dignidad. P. En ocasiones ha hecho pintura sobre la pintura. Ha interpretado a Picasso, a Dalí, a Magritte. ¿Cuál es el objeto? R. Muchas veces era por interpretar el mundo del pintor; otras, porque cuando una obra es importante se puede contemplar en cualquier tiempo; otras, por contrastar cosas de los clásicos con los contemporáneos, para destacar la posibilidad de convivencia... Cuando una obra de arte tiene calidad, las posibilidades que da son inagotables. P. Hay dos obsesiones en su obra: hombres y objetos. R. Y mujeres. Es que es nuestra historia. Es la preocupación de cualquier persona que quiera decir algo en el mundo de la cultura. Del hombre viene todo. Los objetos son cosas que utilizamos, como el bien y el mal. P. ¿Tiene momentos que está más por unos que por otros? R. No, son cosas cíclicas. Trabajo por grupos de obras y según esta organización de trabajo haces una u otra cosa. P. ¿No funciona por instinto? R. En el arte siempre se funciona por instinto, pero en mi caso no tanto. Soy una persona organizada, cerebral. Es como si hiciese un libro, donde cada página es un cuadro de esa misma historia. P. Uno de los objetos más recurrentes en su obra son sus bicicletas, casi imposibles. R. La primera bicicleta que pinté me sorprendió, y esto me pareció muy interesante. Y fui pintando otra y otra... P. ¿Adónde conducen? R. A reflexionar sobre la naturaleza y el medioambiente. La bicicleta es muy útil. Difícilmente se puede hacer un mal uso de ella, al contrario que otras máquinas. Después, hay un aspecto muy interesante: deja ver lo que hay detrás. Los mares, bosques... El interés por la naturaleza y el naturismo también es muy alcoyano. Hay una tradición importante desde el siglo pasado, como en Cataluña, como consecuencia de que Alcoy vive un momento histórico distinto. P. ¿Los mares son una secuela de su época de Altea? R. No necesariamente. Mis posicionamientos por la naturaleza ya estaban definidos antes. Altea es un momento interesante porque hago la galería Alcoiart, por donde pasa toda la vanguardia del Estado español de ese momento. Eso creó unas expectativas en Altea y atrajo a muchos pintores y gente que se movía alrededor del mundo de la cultura, que, de alguna manera influimos para que no se asfaltaran las calles. Después, hubo la confluencia con Antonio Gades, que aparte de ser un gran bailarín es un buen pintor. Por las tardes venía al estudio a pintar, y por allí pasaban también Vicent Andrés Estellés, Ovidi Montllor. Fue un momento muy intenso. P. ¿Antoni Miró cabe en el IVAM? R. Creo que debo de caber de sobra, pero de momento no acaba de cuajar la cosa. Me imagino que ya deben estar pensándolo.
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