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Crisis en el Palau

El estallido, la gestión y el resultado de la crisis del Gobierno valenciano son ejemplares. Muestran con meridiana claridad cómo no hay que hacer las cosas. El guión de la crisis es muy simple: a cinco meses vista de las elecciones el señor presidente desencadena una fuga anunciada desde hace más de un año y esperada no menos de nueve meses: la señora consejera de Agricultura se da de baja en Unión Valenciana y lo anuncia a bombo y platillo. El martes de autos se cometen simultáneamente dos errores: no se debe desencadenar la fuga días después del viaje de presidente y consejera a Palma, pues nadie va a creer que María Ángeles se marcha en ese instante motu propio, sea cuál sea la verdad material, primer error, la consejera fugada no dimite sur-le-champ, segundo error; la maniobra hubiera sido más presentable y la señora consejera hubiere quedado mejor haciéndolo. Y no cambia nada: el presidente puede aceptar o no la dimisión. A renglón seguido la fuga se anuncia a bombo, platillo, banda y TV, tercer error, a partir de ese instante nadie va a creer que no es una operación en la que un socio, el grande, apuñala a otro socio, el pequeño. La discreción no es en vano una virtud. Y para acabar de arreglarlo se anuncia oficiosamente que la consejera fugada va a seguir en el Gobierno, y en la cartera, cuarto error, la fuga es, además de una puñalada del grande al chico, un pulso. Por lo visto nadie pensó que es peligroso echarle un pulso a un docente, tienen hábito, quinto error. Ante la sorpresa de palacio el partido afectado no echa los pies por alto, tiempo ha que había descontado la fuga, y con eso no se contó, no había efecto sorpresa, sexto error, las puñaladas que no se dan por sorpresa no suelen salir bien, la víctima suele estar prevenida. Se reúnen deprisa y corriendo los jefes de los partidos afectados, y en palacio, por lo visto, nadie pensó que si se trata de problemas entre partidos hay que reunirse en locales de partidos, porque si te reúnes en palacio estás enseñando el plumero, séptimo error, y no se reunió a ninguna clase de comisión de enlace, sino a los jefes, de modo que no había ni instancia ni tiempo para corregir deslices, errores ni desaciertos, octavo error. Comenzada la reunión los errores dos y cuatro le estallan en la cara al presidente: UV no se va, UV quiere mantener el pacto, y conforme a lo pactado quiere la cartera de la consejera, y no hay respuesta inmediata, noveno error, porque la crisis es una fruta que se pudre con suma rapidez. Sin solución en mano y con la canallesca en la puerta hay que mandar a alguien a dar la cara, y no va el que toca que, además, es experto en el negocio de encantar serpientes, el presidente, décimo error, en su lugar se envía como sosias para hacer el poco lucido papel a alguien que no había estado en la reunión, y ¿cómo se dan explicaciones de una reunión de equis horas en la que no se ha estado y se da cuenta de temas delicados sin conocerlos a fondo? Mal, naturalmente, y de paso se crucifica innecesariamente al consejero, errores once y doce. La solución se deja al día siguiente mientras en la calle hay quien agita el fantasma de la ruptura, la sombra de la guerrilla y el espectro de la moción de censura. En la mañana se obtiene lo que se debía desde el principio, la dimisión y ni siquiera hace falta segunda reunión, el presidente, por teléfono se allana a lo que UV pide, décimo tercero error porque transmite la imagen de rendición sin condiciones. ¿Cómo personas inteligentes, de acreditada habilidad política, con oficio y, se supone, con un mínimo de visión han podido hacerlo tan mal, cometer tantos errores en tan poco tiempo, y regalar a UV la imagen de David que tan bien le viene? A mi juicio aquí se encierran dos errores de fondo, uno tiene que ver con la inteligencia, el otro con el talante. La operación ha salido mal porque en las altas esferas del PP y medios afines se hace un análisis erróneo de la UV de hoy. Se parte de un supuesto que, como mucho, fue válido hasta el 91, pero cuya validez ha ido menguando desde entonces y hoy es punto menos que nula: que UV es una suerte de edición subalterna, localista y folclórica del PP, que sus cuadros, afiliados y electores son a la vez similares e intercambiables, que UV es una derecha de sustitución buena para tiempos de crisis pero sobrante en tiempos de bonanza y que, como conclusión, es absorbible en esos tres niveles (cuadros, afiliados, electores) por el PP poco menos que en su integridad. Que, por tanto, el logro de la mayoría absoluta pasa por su liquidación, por hacer una OPA a la organización regionalista. Es cierto que en esa visión distan mucho de estar solos los dirigentes del PP, muchos dirigentes del PSOE o IU y la mayor parte de la prensa la comparten. Pero la cúpula del PP no tiene la excusa que pueden tener los demás: dispone de información a la vez actualizada y fiable de que la realidad no es así, para saberlo les basta con leer con detenimiento sus propios estudios demoscópicos. Resulta interesante subrayar que ni el secretario general del PSPV ni el BNV han caído en ese error. A ese error principal se suma un error de cálculo: la dirección de UV no se atreverá a llegar al extremo, pues su clientelismo, su pesebre se lo impide: Héctor está cogido y no tiene más remedio que tragar. Pero Héctor se atrevió y nadie tenía un plan de contingencia para el caso. Previsión se llama eso. Hay, finalmente, un error de talante. Decía Francesc de Carreras hace unos años, que la arrogancia es mala no sólo porque entraña desprecio de los demás, y es por ello éticamente repudiable, lo es principalmente porque ciega el entendimiento e induce la comisión de errores. Y de hartazgo de guerrilla, de necesidad sentida de afirmar quién manda aquí, y de minusvaloración de los demás, traen causa en no poca medida la cadena de errores cometidos por el Palau. Con todo en una cosa tiene razón esa buena gestora a la que otros han manchado el expediente: UV no es lo que era. Y así se ha visto.

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