"Espero que en el cielo me hagan rebaja"
Ángel Prieto, que confeciona ropa sacerdotal desde que dejó el seminario, no da abasto con tanto encargo
El Vaticano tiene sucursal en la calle de San Bernardo, 101. Ese número capicúa alberga un sínodo muy particular, el que alterna maniquíes vestidos de obispo con auténticos obispos convertidos en maniquíes por algunos minutos. Semejante concilio es obra y gracia de uno de los últimos especialistas del prêt-à-porter sacerdotal: Ángel Celso Prieto Tovar, sastre de sotanas."Los de Roma, yo, y poco más": don Ángel enumera así a los integrantes de su especializado y menguante gremio. Tras el Concilio Vaticano II (1962-65), que liberalizó -entre otras cosas- la vestimenta sacerdotal, las sotanas empezaron a estar de capa caída. Poco después se inició otra crisis, la de las vocaciones sacerdotales. Dos factores aliados para el declive de un oficico especializado y pródigo en entretelas.
Menos curas y más de paisano. "El peor momento fue a finales de los años ochenta, cuando los encargos se redujeron al mínimo", relata el artesano de la aguja. La mayor parte de sus colegas desertaron, o se reconvirtieron a la sastrería laica, también tocada del ala y no por cuestiones de fe, sino de competencia industrial. Don Ángel se quedó prácticamente solo en su costura clerical y ahora recibe más peticiones de las que puede atender: ventajas de la exclusividad. Tiene 16 canónigos en lista de espera. Les dejará dobladillos abundantes, por su fama de buenos vividores que hasta la Real Academia recoge en su diccionario: canóniga es la siesta que se duerme antes de comer; canonjía significa la pertenencia al cabildo catedralicio o el empleo de poco trabajo y bastante provecho.
-¿Tantas sotanas le encargan?
-Mes con mes, unas veinticinco. La quinta parte, aproximadamente, son para sacerdotes u obispos que ejercen en Latinoamérica.
-¿Son personas mayores, sobre todo?
-Qué va, últimamente muchos sacerdotes jóvenes se apuntan a la sotana, cosa que hace diez años no pasaba.
-¿Son sacerdotes conservadores o miembros de entidades como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo?
-No sólo, también hay muchos clientes diocesanos. Algunos dicen que pasan menos frío con la sotana que con el traje.
Don Ángel está al servicio de los 20.000 sacerdotes españoles: por algo trabaja en la Cooperativa Nacional del Clero, dependiente del Arzobispado de Madrid (la región cuenta con un millar de curas). Es sastre a sueldo en un taller decorado con cuadros de la Virgen y fotos de prelados luciendo los productos de la casa, incluidos los capisayos (uniforme de gala de los obispos, compuesto por sotana, roquete muceta y birrete).
A las órdenes del señor Prieto cosen a máquina tres mujeres. Cuando él empezó a trabajar aquí, 38 años atrás, había 15 costureras en este semisótano.
-¿Cuánto cobra por una sotana?
-La básica cuesta entre 30.000 y 50.000 pesetas, según el tejido; el más barato es la sarga y el más caro, el cashmere. Últimamente me piden mucho la lana fresca.
-No debe de ser muy cómodo abrochar tanto botón.
-Las sotanas suelen llevar 33 a la vista, pero casi siempre son de adorno. Los botones que hay que desabrochar son menos y van ocultos. Casi nunca pongo velcro.
-¿Es difícil confeccionarlas?
-Son menos complicadas que un traje, pero asustan por la largura. Llevan tres metros y medio de tela de doble ancho .
-¿Hay modas en esta prenda?
-No tanto. Hay tres hechuras distintas: la romanesca, española y la francesa. Esta última va cortada a la cintura, al contrario que las anteriores. También hay varios modelos de cuello.
-¿Son coquetos sus clientes?
-En general, no. Además, ya no vienen con la madre o con la hermana, que eran muy quisquillosas y me daban mucha guerra. Lo que se mantiene sin cambios es que todos me piden descuento. Espero que en el cielo también me hagan rebaja a mí. El bienhumorado don Ángel, ya en la sesentena, disfruta con una profesión a la que llegó por deriva. "Quería ser misionero y a los 12 años ingresé en el seminario de los Claretianos. Allí el hermano Pablo Pastor me enseñó el oficio de sastre talar", relata este vallisoletano de Trigueros del Valle.
Prieto acabó por colgar su sotana y se dedicó a hacer las ajenas. "Ahora soy misionero de los misioneros y cumplo una de las obras de misericordia: vestir al desnudo". Aún pisa los seminarios: los fines de semana toma medidas a los clientes. Su soledad en el oficio le proporciona encargos más mundanos, para las series televisivas, por ejemplo. "Esta dullieta es para el papa Juan XXIII del Museo de Cera", señala.
Como el hábito hace al monje, al señor Prieto a veces le llaman padre. Lo es en una acepción: tiene tres hijas. "Y a ti, Ángel, ¿cuándo te dan parroquia?", le pregunta siempre con sorna un obispo andaluz. "Eso depende de ustedes", le responde el sastre.
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