_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La industria de la pena

Juan José Millás

Ahora que pese a la vigencia de las rebajas podemos asegurar que ya ha pasado lo peor, quizá convenga volver la vista atrás para comprender el sentido profundo de las navidades y decidir, siquiera sea de forma individual, si resulta conveniente afianzarlas en nuestro cerebro de reptil o renegar de ellas para siempre. Una familia que se había reunido a cenar en Aluche el día de Nochebuena comenzó a discutir en el momento del consomé sobre la extradición de Pinochet, desde donde derivaron a los indultos de Vera y Barrionuevo.

Parece, en fin, que tras haber enterrado sus diferencias políticas con el cadáver de Franco, éstas regresaban ahora con un fuerza que sorprendió a los propios participantes de la reyerta.

En seguida rodó una botella por la mesa y, para que las cosas no fueran a más, un cuñado socialmente demócrata que se había mantenido fuera de la discusión propuso repartir los langostinos y que cada uno se marchara a cenar a su casa. A todos les pareció bien el arreglo, y la anciana madre, entre lágrimas, comenzó el prorrateo.

-Si vuestro padre -dijo alzando entre los dedos un langostino con el mimo fervor que si lo estuviera consagrando a Dios- levantara la cabeza... Al final cada uno se fue por su lado, excepto los pinochetistas, que hicieron con los entremeses una bolsa común y quedaron en comérselos en la Cruz de los Caídos.

Escenas así de tristes se repitieron en todas las calles, en todos los portales de Madrid. Ello no habría sido posible sin la existencia de la Navidad, que facilita el consumo de la cuota anual de tristeza a la que todos tenemos derecho con independencia de nuestro sexo, ideología o renta.

-¿Entonces la Navidad es una industria? Efectivamente: una industria de la pena, de la tristeza, de la depresión, de la desgana, que también tienen su mística y su lado oscuro y religioso.

-Pero si da tanta pena, ¿por qué no se suprime? También la industria del automóvil produce un daño incalculable y a nadie se le ocurriría decir que es preciso cerrarla. Su desaparición produciría un malestar excesivo. De hecho, miles de personas perecen carbonizadas o aplastadas cada día en el interior de sus coches y sin embargo el consumo de automóviles se considera un factor de progreso social.

Más aún: en el supuesto de que se descubriera un método para que los usuarios no fallecieran al chocar con otros vehículos o al despeñarse por un barranco, sería imposible llevarlo a la práctica por el desajuste que produciría en la industria de los seguros de vida. Se puede vivir sin Dios, sin religión, sin ideales políticos, pero una existencia sin fe en los seguros a todo riesgo sería insoportable. Gracias a ellos consumimos la cuota de seguridad fantástica que necesitamos para continuar vivos pese al número de muertos.

Pero si todavía queda alguna duda sobre lo que estamos diciendo, ahí tienen ustedes el caso de Cuba. Fidel Castro ha aceptado la existencia de la Navidad antes que la de la economía de mercado. Este año, en Cuba, las familias han podido pelearse por fin después de 40 años agotadores de revolución.

Se puede vivir sin industria del automóvil, sin neveras, sin tocadiscos, sin televisión, sin vídeos, sin hamburguesas, pero resulta imposible llevar una vida que merezca este nombre sin una industria de la pena.

La Navidad es El Corte Inglés de la lástima, el Simago de la desdicha, el Cortefiel de la tristeza, el Vips de la depresión pasajera y el Continente de las peleas familiares. Los psiquiatras saben muy bien que sus consultas se llenan antes de la Navidad y después de ella.

Los afectados por su síndrome consumen miles de ansiolíticos y antidepresivos, lo que hace que el dinero circule. Pero más importante aún que esta rotación económica es el consumo de pena familiar. Todo el mundo necesita una cuota de sufrimiento lo mismo que una cuota de seguro a todo riesgo o de metafísica.

Las navidades son la forma más justa de socializar una tristeza que de otro modo se repartirían los ricos con la avaricia con que la familia de Aluche se repartió los langostinos.

En eso, hay que reconocer que a Fidel Castro le ha funcionado el olfato revolucionario con unos reflejos sorprendentes para su edad. No permitamos, pues, que nos quiten aquí lo que en otros países constituye una conquista del siglo XXI. Y feliz año.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_