La forma en que ceden las pasiones
El viaje al centro de la política resulta más tedioso que las películas baratas sobre las fantasías de Julio Verne
JULIO A. MÁÑEZEl espectáculo que ofrece el mundo de a diario es cualquier cosa excepto armónico y equilibrado, lo que hace más sorprendente todavía la propensión del político profesional, y con mayor razón si proviene del amateurismo de izquierda, a instalarse en una especie de entelequia bien centrada que poco tiene que ver con las trifulcas que se montan cada día en cualquier parte del planeta. Hay que desatender al Borges que veía en la democracia un exceso de la estadística, y tampoco conviene seguir el razonamiento de Flaubert cuando decía no comprender que su voto valiera exactamente lo mismo que el de su portera, pero conviene sugerir que la pasión por la política cede su lugar a la política por la pasión de mantenerse en el poder que decide tantas cosas sobre la vida de todos. La realidad no es que sea tozuda, sino que es extremista por naturaleza, de manera que el propósito de contentar genéricamente no puede más que acabar en el disgusto de todos. El viaje al centro de la política se sustenta en un repertorio de chucherías que disfraza de creencias una peregrinación de tópicos encallecidos. Eduardo Zaplana: "Hay que reemplazar la visión de la vida como problema por otra de permanentes y sucesivas oportunidades en la que las personas tienen que jugar un papel activo". No es el Mao Zedong del 49, pero se parece a su parodia. Es Rafael Blasco envolviendo la inanidad en superchería. Porque, vamos a ver, ¿qué política puede aspirar a dejar de definir la vida como problema, ya sea gratificante o terrorífica? ¿Y qué mandanga es esa del papel activo que deben jugar las personas? ¿Y qué personas? ¿Es que el conjunto del personal, si es que eso existe, ha estado rascándose los huevos o la figa a la espera del advenimiento de esta buena nueva? Si preguntar no es ofender, ¿diría el lector que Carlos Fabra es persona poco activa, al margen de lo que considere acerca de su papel? ¿Permanece inactiva Consuelo Ciscar entre aeropuerto y aeropuerto? ¿No es una actividad singular para su edad y condición lo que caracteriza a las sucesivas oportunidades de que goza Joaquín Farnós? ¿Se instala en el quietismo Chimo Lanuza cuando convierte el Ivaj en una especie de sucursal de alevines de FET y de las JONS? El señor Boluda ¿navega acaso por mares y aguas en situación de postración extrema? Como tampoco es la pasividad el pronto de los que se acuchillan en el cauce del Turia, cambian de empleo a su pesar cada dos semanas, cobran unos duros porque se las follan noche tras noche en la oscuridad del puerto o se entusiasman con la Tómbola de Chimo Rovira hasta parecerles gracioso un tipo como Pocholo Martínez de Bordiu Franco, habrá que concluir que el mensaje de Zaplana cede la política a la estúpida pasión que le exigen los cónsules de Fujimari Aznar de Botella. Cierto es que, como nunca dijo ningún escritor local, la memoria cree antes de que el conocimiento recuerde. Es esa clase de memoria, precisamente esa clase de memoria, que ningún optimismo de cantamañas podrá olvidar jamás, la que lleva a validar la hipótesis de que Bill Clinton se sirvió también de la ONU para colocar a sus espías en Irak, la misma que siempre supo que Jesús Gil es culpable de muchas más cosas de las que se le acusan y responsable de otras que nunca se mencionarán, la que lleva a la certidumbre de que es cosa de mentecatos incluir a un ahora enloquecido Fidel Castro en el paquete de horrores premeditados que condenan para siempre y desde la simple dignidad humana a Augusto Pinochet, la que, en fin, abriga todavía la escarnecida esperanza de que el viaje al centro de los problemas incluya de una vez alguna consideración política que exceda a la pasión caritativa ante la pavorosa proliferación de los márgenes. Mejor hablamos de cosas serias. Pilar Pedraza, por ejemplo, y su libro Máquinas de amar. Un apunte sobrio sobre el despliegue de su inteligencia debe mencionar el capítulo donde habla sobre Blade runner y el papel que Ridley Scott atribuye a las replicantes femeninas. Es una reflexión tan estimulante que no parece Made in Valencia, dicho sea con el respeto debido a la Maredeueta. Otro apunte se centraría -ahora, sí- sobre la perplejidad de Pilar ante el hecho de que en Europa se percibiera como personas cultísimas a la pareja Humphrey Bogart-Lauren Bacall. Una aguda observación que bien podría completarse con otra: ¿Por qué Woody Allen se esfuerza en vano en parecer europeo, y los cinéfilos europeos adoran al clarinetista neoyorquino? ¿Es que aquí nadie, excepto Enric Benavent y, acaso, Boris Yeltsin, ha leído con detenimiento los cuentos de Anton Chejov?
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