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La fatalidad y la suerte

Estos días pasados tan llenos de comidas, regalos y celebraciones familiares han estado entreverados por dos temas de conversación recurrentes: el del vendaval y el de la lotería; el silbido del aire que nos hizo recordar al Mitch mientras se convertía en un rugido hinchado, como el eco del mundo estremeciéndonos en plenas fiestas, y la esperanza de que nos tocara un premio de esa lotería -que con premeditación y alevosía coincide cada año con estas fechas- para hacer realidad nuestros sueños. La pesadilla y la ilusión, la fatalidad y la suerte. Aunque a veces son más devastadoras las catástrofes que organizamos los hombres, los fenómenos de la naturaleza nos sobrecogen de terror porque nos llegan de improviso, porque nada podemos hacer para frenarlos y poco para defendernos. El miedo es siempre a lo que imaginamos que puede pasar, se eriza con alguna señal premonitoria y nos atenaza hasta que pasa el peligro o hasta que nos alcanza, cuando -como aquí ocurrió- lanza los árboles por el aire y te rompe la imaginación en una parada de autobús, desgarrando en lutos unas fiestas alegres y familiares. Tan azarosa puede ser la naturaleza como la suerte, el otro tema de conversación y de excitación que nos ha recorrido estos días, ambas fuentes de dolor o de esperanza, esa promesa del tiempo de la que estamos tan necesitados y que casi siempre acabamos traduciendo en dinero. La compra de la lotería rompe nuestra cotidianidad con grandes proyectos y sueños, con el conjuro de los números, como una última causa a la que nos abrazamos cada fin de año: la del azar, la ilusión, el deseo y la necesidad de comprobar que la suerte llegará favorable. Si nos toca un premio, no sólo podremos pagar la casa y las deudas, viajar, comprar y regalar, sino que el porvenir se nos presentará de frente sin necesidad de luchar por ello. Alguien dijo que había tres formas de combatir los zarpazos de la vida: cambiar uno mismo, cambiar la realidad o cambiar la interpretación que daños a esa realidad. Se le olvidó la cuarta, tan difícil como las demás pero que no requiere el menor esfuerzo: que nos toque la lotería.

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