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Reyes Magos

El Auto de los Reyes Magos...Conviene advertirles a los niños que el Auto de los Reyes Magos no es el coche en que van a traerles los juguetes educativos. Es más: ni los Reyes Magos usan coche ni traen nunca juguetes educativos a los niños. Los Reyes Magos no tienen esa crueldad mental. Y vienen a caballo, puede que en camello o dromedario, tan serranos.

Los Reyes Magos son los que salieron en aquel auto sacramental de hace casi un milenio y se les veía llevando al Niño Jesús oro, incienso y mirra. Al niño Jesús no es que le hicieran gracia esos presentes, pero sí los envases; unas copas, unos cofres, unas cánulas que le maravillaron por el color y le sirvieron para jugar a la guerra de liberación de Israel; de un copazo desbarataba una legión entera de romanos, y se lo pasaba en grande.

Desde hace 1998 años y doce días hasta la fecha, los Reyes Magos no han cambiado en nada: el recio Melchor, las mismas barbas; el rubio Gaspar, los mismos bucles; el negro Baltasar, el mismo pelo ensortijado; en los tres, el mismo cariño por los niños, el mismo conocimiento cabal de lo que les gusta -que es jugar-, la misma generosidad para traerles lo que les valga para hacerlo a sus anchas sin quebraderos de cabeza ni objetivos pedagógicos ni servidumbre alguna a lo políticamente correcto.

Según testimonios antiquísimos, les guiaba a los Reyes Magos una estrella fugaz que iba dejando por el firmamento un luminoso polvo de plata, y ése era el rumbo para llegar a Belén. Arribaron finalmente, y pues encontraron numerosas mujeres embarazadas (entonces no había televisión para entretener las largas noches), preguntaron a Herodes cuál era la que habría de alumbrar al Mesías prometido. Luego se arrepintieron porque Herodes quería saberlo también, aunque con siniestros propósitos.

Pero tuvieron una revelación divina, y doce días después del parto ya estaban allí los tres, bajo un humilde portal, arrodillados frente a la sagrada familia; el niño Jesús en el pesebre diciendo "Ajo, ngué", María y José a su vera sonriendo enternecidos, la mulita y el buey dando apoyo térmico y, en derredor, los pastores con sus ovejitas, pías damas con sus cántaros, la mujer haciendo gachas, el caganet, y un factor de ferrocarriles con su uniforme y su farol llegado no se sabe si por un fenómeno sideral de la noche de los tiempos o porque el famoso pintor belenista y colega Luis Fernando Aguirre -Agui para los amigos- ya había procedido con su proverbial antelación a montar el Misterio y vestirlo de belleza.

Y ya no pararon los tres Reyes Magos de Oriente. Cada año durante las mismas fechas recorren el mundo buscando niños con la única intención de llevarles juguetes que satisfagan sus deseos de jugar. Muchos papás, con ellos autoridades educativas y políticos que se apuntan a un bombardeo, les hacen a los niños admoniciones respecto a su conducta, les fabulan historias sobre la severidad de los Reyes y organizan gran sarao para su recepción. Mas nada de ello es verdad.

Un servidor, que está al tanto, suele oír por las noches lejano templar de chirimías, e igual que hicieron los Reyes con la estrella fugaz, sale a la serena, se encamina hacia donde suenan las músicas, y cada día es distinto lugar. Por el paseo de Extremadura advirtió que a las chirimías se unían laudes; por la carretera de Valencia redoblaban tambores marcando el compás de gran cortejo; por la autovía de La Coruña había un intenso aroma a incienso; por la de Burgos, donde tañían arpas, cruzaban, furtivos, pajes que acarreaban sacos repletos, y a uno se le cayó un balón que botó veloz por la calzada en dirección a la iglesia de los dominicos de Alcobendas, junto a cuya fachada quizá se guarecía del frío algún pequeñín que lo había soñado.

Esta noche, los tres Reyes Magos y sus mil pajes dejarán atadas a las farolas las caballerías, escalarán las fachadas, entrarán en las casas por los balcones, dejarán los juguetes donde los niños hayan puesto sus zapatos bien presentados de lustre y los papás una provisión de dulces navideños. Y si además hay jamón pata negra, serán mayores los goces y las venturas; que viniendo de tan lejos y dado su alto rango conviene se reconforten con una buena cata de los productos emblemáticos del país.

No quieran los niños verlos: no lo necesitan. Los niños poseen inteligencia suficiente para saber si han llegado los Reyes Magos. Por sus obras los conoceréis: si dejaron juguetes que sirvan para jugar son los genuinos Reyes Magos de Oriente, que conocen a los niños; si dejaron juguetes educativos son sucedáneos que se han creído lo políticamente correcto y confunden el Auto de los Reyes Magos con una ONG.

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