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El vandalismo vuelve a apoderarse de los barrios de Estrasburgo ante el fin de año

Los últimos días han reavivado el temor de que Estrasburgo tenga que sufrir otro fin de año como el de 1997, cuando 136 coches ardieron durante la noche de San Silvestre. La policía asiste impotente a los que parecen ser los preparativos de una nueva noche negra, que ha tenido como prolegómeno el incendio de 40 automóviles desde Navidad, amén de un tranvía y diversas instalaciones ligadas al sistema de transporte público.

Para los jóvenes pirómanos de la capital alsaciana que a lo largo de todo el año 1997 quemaron no menos de 570 vehículos, 1998 les ha permitido convertir en antorcha entre 700 y 750 coches.¿Por qué lo hacen? Las explicaciones de los sociólogos, los discursos sobre los efectos sumados del paro, la marginación social y la discriminación religiosa o étnica no llegan a explicar el por qué de que tal concentración de entusiasmo incendiario se dé en Estrasburgo y no en otro lugar del país. "Hemos entrado en un círculo vicioso. Viene gente de otros lugares para participar en la destrucción de coches, hacerla mayor y lograr así más atención de parte de periódicos y televisiones", explica Alain Kauff, primer teniente de alcalde de Estrasburgo.

El Ayuntamiento ha querido contrarrestar la furia destructora con una iniciativa integradora destinada a los jóvenes. Su operación mix-max, que engloba conciertos, bailes, deporte y transporte público durante una semana por sólo 100 francos, no tiene suficiente poder de atracción como para servir de elemento disuasorio. "Esta animación cultural nunca fue concebida como una operación de prevención", dice Kauff, "sino como una posibilidad para ese 40% de la población de Estrasburgo que es joven y que necesita de una oferta cultural atractiva durante los periodos de vacaciones escolares".

Adolescentes y jóvenes de entre 14 y 16 años son los protagonistas de los incidentes más graves, y aunque la policía ha realizado numerosas detenciones estos últimos días, ni éstas ni los juicios rápidos con condenas de hasta un año de prisión firme han servido para frenar el auge de una violencia gratuita y de la que son principal víctima los propios barrios deprimidos.

La gran mayoría de los automóviles quemados pertenecen a gente que habita en el mismo barrio que los incendiarios. Éstos, además, también arremeten contra los autobuses, tranvías, guarderías, escuelas o ambulatorios, contra comisarías y oficinas de empleo; en definitiva, contra cualquier servicio que demuestre la existencia del llamado Estado de bienestar también en los suburbios.

En cualquier caso, las llamas de las noches de Estrasburgo no son sustancialmente distintas de las vividas por Toulouse o Lyón hace menos de 15 días o las que han conocido los alrededores de París, Marsella o Lille en otros momentos.

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Todos esos sucesos son el símbolo de la crisis de un modelo de integración republicano que se sostenía en tres pilares. Ni la escuela, que no ha podido escapar a la marginación urbanística y social, ni un Ejército que cada vez necesita menos voluntarios, ni unos sindicatos más preocupados por salvar el trabajo existente que por ayudar a crear otro, desempeñan el papel que, durante más de un siglo, garantizó el éxito del sistema francés.

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