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LA CUENTA ATRÁS DEL EURO

Los Quince se han comprometido a concluir este año un modesto programa de armonización fiscal

Xavier Vidal-Folch

Tras la completa unificación monetaria, llega la hora de una modestísima armonización fiscal. Los Quince se comprometieron en su última cumbre de Viena a cerrar este año un pequeño paquete de acercamiento de sus legislaciones impositivas. Tiene tres piezas: un Código de Conducta para eliminar los casos de competencia fiscal desleal, la lucha contra la evasión de los gravámenes sobre el ahorro privado (intereses del capital) y la anulación de la doble imposición sobre empresas de un mismo grupo. Se trata de una armonización débil, con rodeos y técnica de mera coordinación.

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El espíritu de integración europeísta ha llegado exhausto a la cita del euro, como si a los Gobiernos les hubiera sobrevenido el vértigo por haber cedido tanta soberanía en el ámbito monetario. De manera que, por ahora, no repetirán en otros campos un diseño articulado, completo y periodificado como el que alumbró la moneda única. Pese a sus proclamas europeístas, el británico Tony Blair y el español José María Aznar cortaron en Viena toda veleidad armonizadora, en sentido estricto, de las fiscalidades. "La cooperación en el área de la política fiscal no persigue tipos fiscales uniformes ni es incompatible con una leal competencia fiscal" entre los 15 países, rezan, a instancias del dúo, las conclusiones del Consejo Europeo.Este recelo global se suma a la histórica resistencia de Luxemburgo contra la aproximación de los impuestos sobre los dividendos del capital (el Gran Ducado exhibe un tipo cero). Se suma a la oposición de Irlanda a un tipo uniforme en el impuesto de sociedades (tiene un tipo de sólo el 12%, con lo que atrae muchas inversiones, sobre todo americanas), en lo que le acompaña España ("sería un absoluto disparate que España aceptase una armonización" al alza, dijo Aznar en Viena, como si toda convergencia de tipos debiera ser obligatoriamente al alza). Y se añade a la inquina de los mediterráneos contra la creación de un impuesto energético-ecológico (propugnado por la Alemania roji-verde y por los nórdicos), por miedo a desincentivar la inversión y el crecimiento, que necesitan sea superior para recuperar las diferencias de prosperidad.

Por si todos estos signos negativos fueran escasos, el último Consejo Europeo, a instancias de París, Londres y Bonn, se replanteó una decisión armonizadora tomada ¡hace siete años¡, el fin del derecho a comprar en tiendas libres de impuestos en viajes intracomunitarios, que estaba fijado para julio próximo. Luxemburgo tomó buena nota de los argumentos empleados para reexaminar la decisión, a saber, las posibles pérdidas de empleo en estas empresas y la necesidad de largos periodos de transición (¿más aún que siete años?), y los utilizará si conviene para suavizar la armonización de la fiscalidad sobre el ahorro, ahí donde le duele a este paraíso fiscal.

Y sin embargo, todo el mundo reconoce que el acercamiento impositivo es aún más imprescindible con el euro que sin él. En efecto, el manejo nacional de los tipos de cambio y de interés, aunque limitado, podía compensar hasta ahora -por ejemplo, ofreciendo buenas remuneraciones a los inversores exteriores- la competencia fiscal desleal de otro Estado miembro de la UE en la atracción de capitales.

Además, la dispersión impositiva agrava el diferente impacto de la fiscalidad sobre el empleo. Desde la liberalización de los movimientos de capitales (en 1988), la carga fiscal sobre el capital ha disminuido 10 puntos, compensados con un aumento de 15 puntos en la imposición sobre el factor trabajo. Es socialmente injusto; vacía la impronta progresiva del impuesto sobre la renta; aumenta el coste de la creación de empleo, cuando la UE registra 18 millones de parados y el Banco Mundial enjuicia que un tercio de ese desempleo es culpa del aumento de su coste fiscal, y puede afectar de forma muy diversa a los distintos miembros.

De manera que, aunque sea con rodeos y a trancas y barrancas, algún acuerdo, a buen seguro de mínimos, se espera para la cumbre de Helsinki, el próximo diciembre, sobre los tres capítulos más maduros (ahorro, Código de Conducta y doble imposición a empresas de un mismo grupo, que forman el paquete Monti -por el apellido del comisario de Asuntos Fiscales, Mario Monti-, lanzado en diciembre de 1997. Para acercar los impuestos de sociedades o el IVA y para crear un impuesto sobre energía falta aún mucho tiempo. Sólo se ha acordado encargar estudios o profundizar los ya existentes.

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