_
_
_
_
Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Yo lo veo así (I)

Uno de los nuevos, y tan badenpowells, anuncios de la Compañía Telefónica dice exactamente: "Queremos ver las cosas como tú las ves". No me lo dirán dos veces. Para la mayoría de la gente, la compañía es una empresa antipática y molesta, que da muy poco por lo mucho que se lleva. Yo estoy entre esa gente y tengo una larga lista de agravios, antiguos y modernos. Pero no es la ocasión de hacerlos públicos. Sólo quiero explicar cómo veo una cosa y cómo la ve la compañía, alentado por la garantía publicitada de que la compañía acabará viéndola como yo y actuará en consecuencia. La telefonía digital -ya estoy entrando en materia- ha traído grandes novedades. Todas buenas. Pero una de las más inmediatas ha sido la de poder saber quién está llamando a casa o a tu corazón: en la pantalla de la mayoría de móviles o de algunos -pocos- teléfonos fijos aparece el número desde donde se realiza la llamada. Es muy cómodo. De pequeño ya era bastante señorito y siempre fantaseaba con poder discriminar cuando sonaba el teléfono: levantarlo con las chicas y dejarlo sonar eternamente en el limbo, cuando telefoneaba la tía abuela, tan cariñosa y prolija. Hace poco, sin embargo, tuve una experiencia que verdaderamente me llevó a apreciar el invento. Empezaron a llamar a casa de madrugada, con el consiguiente sobresalto. Llamaban y colgaban, aunque ya te habían jodido. El insomnio, como el aburrimiento, es altamente creativo. Repasé las posibilidades de respuesta de que disponía y hablé con una operadora de la compañía para explicarle el caso y saber qué se podía hacer. Era de la compañía, pero amable e inteligente. -¿Tiene móvil? -Sí. -Antes de irse a dormir desvíe las llamadas del fijo al móvil. En la pantalla le aparecerá el número del indeseable. Aquella noche apenas dormí. Todo estaba preparado. Pero nadie llamó. No fue hasta dos noches más tarde que cayó la presa. El ring estruendoso esparcía la zozobra: yo sonreía ante la pantalla iluminada. Ahí estaba, injurioso, bien visible, por completo indefenso, el número 93330.... Me levanté con un gran alivio: el número no correspondía a nadie al que yo debiera nada. Tengo una buen memoria numérica y anduve un rato por la casa tratando de saber por qué aquel número me era familiar. Tuve un presagio o quizá fuera Dios que me telefoneaba: me fui con el corazón muy agitado hasta el armario, tumbé todos los listines hasta dar con las páginas amarillas, busqué las empresas de radio-taxis y ahí estaba el pérfido 93330..., a nombre de una conocida empresa de radiotaxis. Recordé, claro. Las llamadas habían comenzado después de un leve incidente nocturno. Una noche de lluvia, con pocos taxis. Había llamado al 330... y el taxi no venía pasados muchos minutos. Quien tenía que cogerlo optó por arriesgarse en la calle y obtuvo éxito inmediato. Llamé, anulé el servicio y me contestaron que estaba doblando la esquina. Me excusé hasta un cierto punto y colgué antes que ellos. Después de la caza, mantuve la trampa abierta otras noches más. Las llamadas continuaron. En cierto modo las esperaba: el momento en que la pantalla se despertaba y mostraba el número presuntamente alevoso llegó a estar dotado de una cierta fascinación: "Mira cómo se distrae el tiparraco...", pensaba yo, con la lengua arriba y abajo de los labios. Al final no hice nada. Había evaluado las posibilidades de sacarles alguna pasta, por allanamiento de morada o estupro del sueño. Pensé en pedirles taxis falsos cada noche, con la ayuda de algunos ciudadanos. Pensé en devolverles la llamada o en tener una conversación cara a cara con el dueño. Pero, en realidad, ya lo he insinuado, experimentaba una profunda paz interior. Haber cazado a un extraño, a un estúpido vengador de un nimio taxi perdido, me producía una gran paz interior. Por un momento pensé, incluso, que no tenía más enemigos que éstos. No hice nada hasta hoy. Había descubierto al malvado gracias a un sutil avance tecnológico: ¿cómo no creer en el progreso?. Sin embargo, este paso adelante de la Humanidad está en peligro. No me queda espacio para describir por qué y habrá que esperar a una próxima entrega.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_