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El diputado que vigiló a Boris Yeltsin

Su señoría que se graduó de bachiller en el venturoso corazón de don Bosco, no imaginó que lo negaría cuando leyera el Manifiesto Comunista por tres veces; como tampoco imaginó que en su pensamiento crítico, fertilizado por la Escuela de Francfort y una fuente de rodaballo con crema de espárragos, percutiría la curiosidad del buscador de tesoros: su señoría colecciona semanas de pasión. La iconografía religiosa bien trabajada con gubia y escofina, la solemnidad de timbales y trompetas, las túnicas escarlatas, opalinas, cárdenas de los penitentes, la litúrgica fragancia de los cirios benditos, toda la representación lúgubre y peatonal, prende la fascinación de su señoría, que ya lleva catalogados veinticuatro ejemplares. Su señoría se llama Manuel Alcaraz y, en 1996, viajó de Alicante al Congreso de los Diputados, con pasaje de ida de Izquierda Unida; y reserva de vuelta, de Nueva Izquierda. Manuel Alcaraz es perseverante e impetuoso, y guarda en su zurrón la antorcha siempre a punto de los plusmarquista en iniciativas parlamentarias. Mientras algunos legisladores se soban el rosario al pleno de quince dieces y otros se echan una dormida con cargo a los presupuestos generales, Manuel Alcaraz los fríe a sobresaltos con el fulgor de sus avisos: sobre el mapa, señala los posibles estropicios que, en el litoral mediterráneo, pueden originar los mangoneos especulativos de las mafias rusas; o la errante agonía del río Segura que desaparecerá en la ciénaga de una Administración incapaz, dejando, como dejó Empédocles, la inquietante reliquia de su memoria: un hermoso limonero modelado en arcilla, con frutos de cera virgen y ruiseñores de raso y purpurina. Su señoría Manuel Alcaraz lustra el osario de los antiguos diputados de provincias, y cuando regresa a su tierra, abre de par en par las puertas de su oficina, se informa a pie de estrago e imparte sus lecciones como profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad. Luego, continúa incordiando al Ejecutivo con su torrente de iniciativas: una proposición de ley prosperó al principio de la legislatura, la relativa a la cláusula de conciencia de los informadores; otra, no de ley, también: la unidad de la lengua catalana; y varias más, ya tomadas en consideración por la Cámara, están en trámite. Manuel Alcaraz Ramos, que nació en Alicante, el veinticuatro de febrero de 1958, hizo su licenciatura en Derecho, en Alicante y Valencia. Por dimisión de algunos concejales comunistas, tuvo que ocuparse de la delegación de Cultura. Tenía veintidós años y era el edil más joven de su Ayuntamiento. Pero no mucho después, también abandonó el PCE. Había sido secretario general de las JJ CC en su provincia y posteriormente en el País Valenciano. Luego desarrollaría una intensa actividad en la gestora de las alicantinas Fogueres de Sant Joan, en tanto hacía los cursos de doctorado en la Universidad de Valencia. Su interés por la comunicación, le llevaría a escribir diversas obras y artículos, a participar en congresos y simposios, y a desempeñar la jefatura técnica del Consejo Asesor de RTVE en la Comunidad Valenciana; posteriormente sería consejero de RTVV. Militante de Esquerra Unida, se presentó a las elecciones generales de 1996 y obtuvo acta de diputado. Recientemente se pasó con acta y bagaje a Nova Esquerra, porque "huía de un aislamiento social que le impedía, desde la izquierda, cambiar la sociedad". Actualmente lleva la portavocía del Grupo Mixto en el Congreso, y es miembro de las comisiones Constitucional, Asuntos Exteriores y Educación y Cultura. Manuel Alcaraz visitó Moscú en junio de 1996, como observador de las elecciones presidenciales en Rusia. No lo recibió el heraldo de la revolución Vladimir V. Maiakovski, ni le declamó El poeta obrero por la Spasski Vorota, camino del Kremlin; lo recibió un luminoso de la Coca-cola y la estampa de Boris Yeltsin bombardeando el Parlamento. Manuel Alcaraz maneja con desparpajo la ironía y el humor, y advierte que el diputado adusto y distante perjudica seriamente la salud del ciudadano. Su señoría se queda con Alonso Berruguete labrando un leño de nogal, mientras él redacta una proposición tras otra.

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