_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ordóñez

"El alma del torero se quedó seca de pronto porque dejó de torear; se dijo: que talle otro". Con esas palabras, en 1971, se consumó la retirada del torero con mejor arte de las últimas décadas: Antonio Ordóñez. La semana pasada moría este diestro "sereno, seguro de sí mismo y del toro que dominaba". Él nos lo decía: "Torear es estar un tiempo breve e intenso, apasionado, junto a aquello que amas y lo amas hasta matarlo y/o evitar que te mate". Ordóñez estuvo en las obras y en la amistad de dos de los más grandes artistas de la literatura y el cine de este siglo: Hemingway y Orson Welles. Las cenizas de Welles descansan en la finca que fue de Ordóñez, en Ronda. Las de Hemingway descansan -dijo Ordóñez- en la historia taurina, "porque Ernest internacionalizó los toros y la fiesta, y su sabiduría no morirá nunca: está en lo que se habla o en lo que se lee en muchas partes del mundo". Antonio Ordóñez tenía mucha vinculación con el País Vasco. En San Sebastián consumió una de sus dos retiradas y allí mató un toro después de una de las 32 cogidas, cuando la pierna izquierda se le quedó inmovilizada, cubierta de cornadas, pero él terminó la faena "porque se la había brindado a Soraya, la princesa triste". Y en Bilbao disfrutaba de la Semana Grande o venía a homenajes, como en el 73, al de Martín Agüero. Nos contó que "temía al público injusto y al que va a la plaza a ver siempre la misma faena o al que cree que el pago de una entrada le da derecho a todo". Y reconocía que "los toros están fuera de época". "La función del toro es morir en una plaza; la del torero es evitar que un toro le mate gracias a su técnica y sabiduría; porque torear es conjugar el verbo saber..." Ordóñez reposa en Ronda pasando a la posteridad de este siglo junto a otros dos amigos: Welles y Hemingway, con el mismo testamento que dejó escrito el cineasta: "Soy como un viejo árbol de Navidad cuyas raíces murieron. Cuando vayan cayendo las agujitas de este pino que soy yo, las reemplazarán con medallas, pero junto al pino quedarán las canciones o, mejor, los cantos; porque aunque esas canciones sean silenciadas, seguirán cantando otras. ¡Feliz Navidad!"

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_