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Acicates meteorológicos

Sequías y diluvios constituyen manifestaciones radicalmente opuestas de los regímenes de precipitaciones, muy irregulares, de la fachada ibérica oriental. Dichos episodios han motivado iniciativas diversas, desde las rogativas pro pluvia o pro serenitate, pasando por disposiciones legales de contenido vario, a diferentes obras hidráulicas. En suma, han suscitado una serie de actuaciones, más o menos eficaces, encaminadas a evitar o atenuar sus devastadores efectos. De la numerosa serie de secas e inundaciones que las han acicateado, mencionamos sólo algunas sobresalientes. Singular es la relevancia de la célebre "riada de Santa Teresa", el 15 de octubre de 1879, la mayor de que hay noticia histórica en la cuenca del Segura, que puso fin a una inacabable sequía. Su resonancia traspasó las fronteras, al extremo de promover, como cálido testimonio de solidaridad internacional, la edición del número único de París-Murcia. Journal publié au profit des victimes des inondations d"Espagne par le Comité de la Presse Française, que incluía, junto a autógrafos regios, textos e ilustraciones de los más famosos escritores y grabadores de la época (Víctor Hugo, Emile Zola y Gustave Doré, entre otros). Consecuencias inmediatas fueron también la reunión, en Murcia, del Congreso contra las inundaciones de Levante (1886), la redacción ese mismo año del "Proyecto de defensa contra las inundaciones en el valle del Segura" por los ingenieros García y Gaztelu, pionero por su concepción integral y planteamiento global, y, por si ello fuese poco, la construcción de una nueva presa en el estrecho de Puentes, sobre el Guadalentín, venciendo la cerrada oposición de los dueños de aguas perennes y las fuertes reticencias sobre los hiperembalses, debidos primordialmente a la ruina, en 1802, del famoso pantano allí existente; cuya rotura, con más de 600 víctimas y daños de astronómica cuantía, produjo el mayor desastre de la historia hidráulica española. Transcurrido más de medio siglo, la furiosa avenida del Turia sobre Valencia, el 14 de octubre de 1957, causada por lluvias torrenciales en su cuenca baja, tuvo como excepcional respuesta la Ley de 23 de diciembre de 1961, que disponía la ejecución del denominado "Plan Sur", consistente en la desviación del río mediante la apertura de un cauce, al sur de la ciudad, con capacidad para evacuar 5.000 m3/s. Ese año de 1957 se había completado la regulación de la cabecera del Segura con el gigantesco reservorio del Cenajo, y no deja de ser llamativo que, cuando la finalidad del embalse era, ante todo, la ampliación del regadío, se sobrevalorase su papel en el control de crecidas, necesariamente limitado por cuanto el protagonismo en las más calamitosas corresponde a los ríos-ramblas de la margen derecha, es decir, Quípar, Mula y, en especial, Guadalentín, en opinión del insigne potamólogo Maurice Pardé, "el río más salvaje de Europa". Coincidiendo con la inauguración de la presa en el congosto del Cenajo, se decidió el estudio del futuro trasvase Tajo-Segura, cuyos trabajos se iniciaron tras un nuevo período de sequía. A pesar de que la faraónica inscripción conmemorativa de la entrada en servicio del Cenajo hablase de las domeñadas aguas del Segura y que un pasaje del auto representado en tal efeméride encareciese al río "Germinarás la huerta en ley escrita, te ayuntarás en orden y concierto, no asaltarás como tritón desnudo la ribera feliz que te encomiendo", la terrible mortandad del 19 de octubre de 1973, con un centenar de víctimas ocasionadas en Puerto Lumbreras por la rambla de Nogalte, perteneciente a la red del Alto Guadalentín, evidenció que las pavorosas llenas de la cuenca del Segura distaban mucho de hallarse dominadas; y ello movió a la elaboración de un "Plan de Defensa contra Avenidas", que, modificado, no comenzaría a hacerse realidad sino a partir de 1987. En efecto, la década de los ochenta fue pródiga en riadas para la fachada este de la España peninsular, y a mayor abundamiento en tan sólo un lustro se sucedieron las gravísimas anegaciones de 20 de octubre de 1982 y 3 a 5 de noviembre de 1987, que generaron alarma social, preocuparon a la clase política y propiciaron decisiones dirigidas a la mejora de los sistemas de prevención y protección de crecidas. A esta finalidad obedecieron, tras la destrucción de la presa de Tous, la confección, por la Dirección General de Obras Hidráulicas, del Programa de Seguridad y Explotación de las Presas del Estado, y la instalación, por parte del Instituto Nacional de Meteorología, de una red de radares para la vigilancia más precisa de los aguaceros, dentro del denominado Sistema Integrado de Vigilancia Meteorológica. Por encima de todo ello descuella el trascendental Real Decreto-Ley 4/1987 de 13 de noviembre sobre regulación de la cuenca del Júcar y plan de defensa contra avenidas en la del Segura. Sin embargo, el problema esencial es la escasez de recursos de agua, tal y como hizo bien patente el desechado Anteproyecto de Plan Hidrológico Nacional, remitido al Consejo Nacional del Agua en abril de 1993, en el marco de una prolongada y dura sequía, que acabaría proporcionando al documento, nacido tardíamente, una andadura acelerada, polémica y, a la postre, paralizada por la agria disputa autonómica. Luego de las últimas elecciones generales, la bonanza hidrológica ha amparado el incumplimiento de los plazos prometidos, hasta que una sucesión de meses secos, sólo interrumpida pocos días atrás por el temporal de lluvia y nieve asociado a una borrasca fría, hizo cundir la inquietud, tanto que el gobierno de la región de Murcia protestó por el retrado de la presentación del Libro Blanco del Agua, que acaba de producirse, al igual que la del borrador del Plan Nacional de Regadíos, ya cuestionado en las comunidades autónomas que solicitan las mayores ampliaciones. No hay, pues, la menor duda, sobran datos concluyentes, del amplio condicionamiento de la política del agua por las temperies, de forma que no parece aventurado sospechar que de ellas pende, en gran medida la prisa o pausa en la preparación del Plan Hidrológico Nacional, su aprobación y, quizá, llegado el caso, su propio ritmo de ejecución.

Antonio Gil Olcina es profesor del Instituto Universitario de Geografía de Alicante.

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