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Papillones modernos

Las historias de reclusos que se fugan de las cárceles han sido tradicionalmente un filón para el ejercicio literario, para los guionistas cinematográficos, y hasta para los firmantes de viñetas e historias de tebeos. Siguiendo la vieja regla según la cual la misión de cualquier preso es intentar la huida, los habitantes de las prisiones han buscado todo tipo de artimañas para eludir la vigilancia y traspasar los muros de la chirona. Los relatos de las fugas van desde la épica, como en el caso del célebre Papillón, hasta la tragedia o la comedia según varíen las circunstancias. Hace unos días, un condenado en el corredor de la muerte en una cárcel de los EEUU lograba escapar camuflado en el camión que transportaba la basura. Tras ser buscado por cientos de policías armados hasta los dientes, su cadáver aparecía una semana más tarde junto a la orilla de un río. Mejor suerte corrieron unos presos italianos que lograron salir de la prisión por el tradicional método de anudar sábanas y descolgarse desde una ventana cuyos barrotes habían sido concienzudamente limados. El espectáculo, contemplado por numerosas personas, hizo creer a éstas que se trataba del rodaje de una película. Los reclusos, tras llegar al suelo y saludar al público, abandonaron tranquilamente el lugar para, probablemente, dar cuenta de una buena pizza. Sin embargo, las historias de fugas carcelarias han tomado un nuevo rumbo tras lo sucedido en Alcalá-Meco la semana pasada. Allí, la huida de tres reclusos no fue facilitada por el furgón de la panadería, por las bolsas de la basura, ni por ningún disfraz especial. Su tranquila salida de la cárcel se debió precisamente a los sofisticados sistemas de alarma instalados para impedirla. Los vigilantes, hartos de oír sonar las sirenas a todas horas sin motivo aparente reaccionaron con decisión ante un nuevo zumbido de las mismas....desconectándolas. Este episodio ha puesto de manifiesto las indudables ventajas que, para la siempre complicada tarea de huir de la cárcel, tiene la tecnología moderna y la sustitución de las personas por las máquinas en las labores de vigilancia. Según se ha sabido ahora, los rayos infrarrojos enloquecen con el vuelo de un pájaro o la caída de un papel, haciendo saltar las alarmas varias veces al día. Y ante la duda, lo mejor es suponer que se trata de un error y apagar el sistema. A raíz de este suceso han salido a relucir otras curiosidades acerca de la moderna tecnología carcelaria. Por ejemplo, que en algunas prisiones sofisticados circuitos de televisión controlan todos los movimientos del personal, pero sólo hay un vigilante para observar las 130 pantallas que muestran las imágenes grabadas por otras tantas cámaras. La consecuencia es que quien ocupa ese puesto de trabajo, o bien emplea todo su turno en visionar al menos una vez cada pantalla, o bien debe pedir la baja cada tres días aquejado de tortícolis. Total, que la modernización de las cárceles para dotarlas de los más avanzados y sofisticados sistemas de seguridad ha abierto todo un mundo de posibilidades a la imaginación de quienes noche tras noche, en la soledad de la celda, discurren la manera de burlar la vigilancia y salir de la prisión. Ahora por ejemplo, puede bastar con transformar una cuartilla en un avioncillo de papel y hacer pruebas de vuelo hasta conseguir que pase junto al aparato de infrarrojos que ha de provocar el sonido de las alarmas. Logrado el objetivo tres o cuatro veces, y provocado el cabreo del vigilante, harto de comprobar la inutilidad de la moderna tecnología, sólo queda esperar a que en la siguiente ocasión pegue un puñetazo en el cuadro de mandos y desconecte el sistema para tener la vía expedita. Decididamente, los reclusos están de enhorabuena. Ya no tendrán que excavar túneles ni jugarse el tipo saltando muros de diez metros. Los tiempos adelantan que es una barbaridad.

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