Salud
Hoy es el Día Nacional de la Salud.Los incontables Gobiernos que hubo desde CarlosIII acá no le han dado carácter oficial (porque no se enteran de nada), pero hay en el pueblo consenso para que el 22 de diciembre sea el Día Nacional de la Salud.
La evidencia lo proclama: desde que los niños del colegio de San Ildefonso cantan el gordo, los españoles no paran de hablar de salud, y afirman que ése es el mayor goce material y espiritual que puede tener el ser humano. Y, puestos a perfeccionar el axioma, incluyen también la economía, aunque no se sabe muy bien qué relación puede guardar con la salud. Pero lo dicen: "Salud y economía es la mejor lotería". Los eruditos en la materia añaden basta casuística demostrativa de que el dinero no trae la felicidad.
Esa casuística habla de grandes desgracias que -se sabe de buena fuente- les ocurrieron a muchos de los presuntos agraciados con el gordo de la Navidad.
Uno también tiene la suya. Era chiquito (pero matón), y había en la vecindad una familia que parecía zumbada de la olla. Un año les tocó la lotería de Navidad y concertaron irse de inmediato para que no les molestara nadie, menos aún los agentes bancarios que huronean los domicilios de los presuntos agraciados con el gordo de la Navidad. Estaba, a la sazón, el portero fregando el portal y el cabeza de la familia zumbada de la olla bajó las escaleras del portal con tanta celeridad y atolondrado apresuramiento que metió un pie en el cubo, botó en montaraz cabriola, salió despedido por los espacios aéreos y hubiese ido a parar a la calzada si no fuera porque le paró el vuelo un árbol que allí había, donde se dio de cráneo.
Peores cosas les han sucedido a muchos presuntos agraciados con la lotería de Navidad. Uno dejó a la mujer y la cambió por toda la plantilla de una casa de citas que había en la calle de Alcántara. Otro se bebió la cosecha del 82. Otro puso tienda, pero, como se había pasado la vida comprando miseria y no vendiendo caro, se hacía un lío y acabó endeudado hasta las cejas.
Lo del cura Merino parece engendrado por los monstruos del averno. Que nadie se dé por aludido, pues éste cura Merino, llamado Martín, pertenece al pasado siglo. Ése sí que era cura trabucaire. Se metió en guerrillas contra los franceses, pero, tal cual se las gastaba -era capaz de pegarse con su padre-, no debió de ser por patriotismo, sino para tener ocasión de cortarle el cuello a alguien. Y en éstas que le tocó la lotería. Y no empleó el cuantioso premio en socorrer menesterosos, según solía predicar a grandes voces, sino que lo invirtió en la usura y arruinó a media humanidad. El tal cura Merino no desaprovechaba ocasión de hacer sangre, y, ya puesto, le tiró un navajazo a la mismísima Isabel II, lo que le llevó al patíbulo. Murió en medio de una multitudinaria división de opiniones: unos se metían con su padre, otros con su madre.
Para estos viajes lo recomendable es no jugar a la lotería; y lo ideal, que le toque a nuestro peor enemigo, pues -bien se ve- le puede ocurrir de todo: desde meter el pie en un cubo y terminar dejándose los cuernos en un árbol hasta rendir sus fechorías en manos del verdugo.
La salud es lo bueno. Salud y economía. Y en los ratos de ocio, disfrutar de la contemplación del campo, de las florecillas silvestres, de los animalitos de Dios. No hay lotería más reconfortante que sustraer la razón a la ola de materialismo que nos invade, abrir los órganos sensibles a los benéficos efluvios de la naturaleza.
Claro que también está la lotería del Niño. Y ésta ya es distinta cuestión. La lotería del Niño nada tiene que ver con la lotería de Navidad. La lotería de Navidad es una ordinariez: se quitan el gordo y tres o cuatro premios que han puesto ahí para disimular y el resto no pasa de ser burda pedrea. La lotería del Niño, en cambio, es elegante y sustanciosa, favorece a los que juegan con fe, y, si toca, al agraciado nunca le da por poner negocio que desconoce, ni por meter el pie en cubo ajeno, ni por acuchillar a Isabel II. La lotería del Niño va a tocar, seguro. Sólo hace falta esperar. Y salud para verlo.
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