El congreso que viene
Suele suceder. Todo lo que ayuda a un líder político a ganar las elecciones se convierte, al día siguiente de la victoria, en un inconveniente para gobernar. Recordemos, para poner un ejemplo lejano, aquel lema "OTAN, de entrada no" que respaldaba ardiente la juventud de 1982 y la losa que supuso después del 28 de octubre. O el desgarro dialéctico guerrista, tan eficaz para las labores de derribo y tan inconveniente en los gabinetes ministeriales. O la euforia colaboradora de las bases durante la campaña de los comicios, de todos los comicios, que tanto cuesta luego reconvertir si se quiere poner coto a los maximalismos indebidos de quienes intentan pasar al cobro los méritos contraídos.El público de a pie percibe la distancia que hay entre los fondos siempre necesarios y en principio desinteresados que aportan contratistas de diverso género y la pretensión de algunos de los donantes, decididos a recuperar sus dádivas aplicando la máxima evangélica del ciento por uno, según la lógica que corresponde a quien ha dejado caer la simiente en tierra fértil. O la que existe entre las comisiones parlamentarias de investigación, cuya constitución se propone cuando se ocupan los bancos de la oposición y el bloqueo a su formación cuando se alcanza el banco azul. O entre las amistades con Mas Canosa en Miami y la recepción a Fidel Castro en La Moncloa sin que el Comandante hubiera movido ficha alguna. O la lupa, cuando no el microscopio electrónico, que se aplicaba con toda severidad a la gestión del Gobierno que se quería sustituir y las invocaciones exculpatorias, con indulgencia plenaria incluida, cuando afloran las corrupciones en las propias filas.
¿Dónde están las firmes promesas de regeneración alzadas al cielo de los mítines electorales frente a las terrenales realidades de permisividad cuando llega el caso de los propios alcaldes o presidentes de comunidades autónomas o secretarios de Estado? ¿Qué se hizo de las incompatibilidades reclamadas al adversario en contraste con las connivencias, más o menos prevaricadoras, cuando se trata de los nuestros? ¿Pero es que ésos son los nuestros? ¿Es que ahora va a medirse la afinidad al PP por la declaración que cada uno haga de su animus collaborandi, sin atender a la rectitud de los comportamientos, ni al sagrado respeto que todos deben profesar al erario público? ¿Qué fue de las denuncias de despilfarro en asesores y en pluses, trocadas al cabo de dos años en muchísimo más de lo mismo, una vez obtenido el acceso a las nóminas y a las arcas ministeriales? ¿Hasta cuándo la retahila de los roldanes, salanuevas, navarros, filesas y otros desmanes servirá de refugio al "y tú más" sin ofrecer reparación de los propios errores?
Pero lejos de nuestro ánimo cualquier tentación agorera de invalidar los sucesivos hitos históricos del presidente José María Aznar, que sigue impasible la ingente tarea de poner a España y a los españoles en su sitio, anudando amistades con Toñín Blair, prestando su apoyo a los aliados que combaten valerosamente en defensa de la civilización cristiana y occidental en Irak, rehaciendo el prestigio de un país que recibió arruinado por sus predecesores, renunciando a cualquier margen legítimo de decisión -véase el caso de los papeles del CESID, la extradición de Pinochet o el indulto de los condenados por el caso GAL- para seguir obediente los dictados de los jueces, privatizando de manera transparente y ejemplar la compañía telefónica, encontrando siempre un compañero de pupitre para cada uno de los puestos de mayor riesgo y fatiga, ayudando a las beneméritas eléctricas para que prosigan la senda de la rebaja en las facturas al consumidor y rehusando cualquier merecimiento al declarar la inevitabilidad de su comportamiento "porque así le parieron". En mérito a todo lo anterior, debemos prepararnos para el congreso que viene con sus ponencias, con su nuevo esquema organizativo, con sus propuestas, con sus votaciones unánimes, con su liderazgo reforzado.
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