Solana
Desde que Javier Solana ocupa el cargo, la secretaría general de la OTAN parece una jefatura de relaciones públicas. Al señor Solana le encanta su menester porque suele aparecer rodeado de políticos risueños, él mismo sonriente, abrazador, como si la secretaría fuera, más que un placer, un sueño de Cenicienta de izquierdas. Aunque a veces sospechemos que el secretario general de la OTAN es el chico de los recados del presidente de los Estados Unidos, tampoco es ingrata función facilitar las cosas al Emperador, y así como Strauss le componía valses, Solana es el proveedor de justificaciones de bombardeos inteligentes. Dramática tesitura, porque cuando Solana, antiatlantista hasta la cuarentena, justifica los misiles que el imperio se saca de la bragueta sin permiso del Consejo de Seguridad, algo debe romperse en su interior, aunque Max Weber le preste el recurso de pensar que está sirviendo a la ética de la responsabilidad.Considerado como un posible tapado para dirigir al PSOE cuando se cuezan en su propio jugo Almunia y Borrell, difícil le será mañana justificar el énfasis que ha puesto ahora para avalar un bombardeo recurso de Irak y una política atlantista gansteril y palanganera que contradice aquel original y fallido propósito de convertir la OTAN en la Unicef. Si el señor Matute resulta patético e increíble, es decir, no creíble, cuando presume de haber sido informado sobre las intenciones bombardeadoras del Mr. Lewinsky, Solana resulta heroico porque sacrifica sus principios y frente a la posición de Borrell defiende los bombardeos de sus señoritos hasta el haraquiri, como cualquier patriota de empresa japonesa. Misión cumplida. Ahora, que dimita de su atlantez antes de que a Clinton se le ocurra regalarle uno de sus trajes o chándales usados. Hay que devolverle el matonismo a las derechas. Solana siempre tendrá un puesto en la cada vez más necesaria ONG Risueños sin fronteras.
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