¿Impeachment?
Perdido bajo las grandes marquesinas del Camp Nou, José Luis Núñez, a quien llamaban hace tiempo El Pequeño Napoleón por sus sueños expansionistas, o quizá por su vago parecido con uno de los personajes más celebrados del filme Con faldas y a lo loco, medita sobre la futilidad de la vida y sobre el futuro de Van Gaal. Desde el túnel de vestuarios, nuñólogos de toda confianza dicen que sus profundas cavilaciones, tan visibles en su cara como una mala digestión, están tocando fondo y podrían traducirse con suma facilidad al lenguaje llano. Después de medirle las ojeras y de contar tropezones, arengas, carraspeos y votos de confianza, nos anuncian que a Van Gaal le queda media bofetada. Exactamente, dos entrenamientos y un telediario.Quienes aún se preguntan por qué tarda tanto en darle la boleta, siguen exprimiéndose las neuronas en busca de una explicación. Pero, mientras se esfuerzan por encontrarla, la invulnerabilidad del Pasmo de Amsterdam comienza a convertirse en el enigma de la esfinge. No hay más que verle para admirarle: se planta en el banquillo como un poste de telégrafo, tira de libreta, desenvaina el bolígrafo y se enfrasca en misteriosas anotaciones técnicas. Convencidos de que el fútbol no da para tanto, los observadores más puntillosos comienzan a sospechar que, o bien hace alguna investigación reservada sobre la vida de las mariposas nocturnas por cuenta de Lorenzo Sanz, o bien aprovecha el tiempo libre entre susto y susto para escribir sus memorias. Como aquel añorado trompetista de la película El guateque contra el que empezaron a disparar los bandoleros hindúes y al que terminaron ametrallando, por riguroso orden de reparto, los lanceros bengalíes, los guardias reales, los espías del marajá y la novia del productor, este hombre de cartón piedra se ha revelado partido a partido como una figura insensible a las balas. En tan excepcionales circunstancias es muy natural que sus peores enemigos empiecen a preguntarse si no habría que utilizar métodos más expeditivos. Hablando en plata, si no merecería la pena intentarlo por última vez con un kilo de polvorones, una inspección de Hacienda o tal vez un bazuca.
Pero hay otras razones para su portentosa capacidad de supervivencia. Además del oportuno desembolso de una indemnización de unos diez millones de dólares, despedirle supondría reconocer la inconveniencia de la contratación de seis holandeses, entre ellos un tal Bogarde cuyo actual paradero no está nada claro.
Asimilado este dispendio, habría que hacer la comparativa Ronaldo-Rivaldo y sus conexiones calidad-precio, y explicar las dudosas ventajas de Reiziger sobre el Chapi Ferrer, de Cocú sobre Guillermo Amor y de Zenden sobre Iván de la Peña. Pero eso no sería más que el principio, porque, a efectos meramente protocolarios, también sería saludable investigar el cruel destino de Celades, aquel clarividente Ocho que transformaba el balón en una bomba de relojería, la situación de los hermanos García, Roger y Óscar, que están a punto de matricularse en Empresariales, y el coste líquido de la aproximación a los De Boer Brothers, esos chavales que pretendían vestir la camiseta blaugrana por puro altruismo y cuyo probable mandato era completar la Mona Mecánica. La mona de Pascua, se entiende.
A continuación sería conveniente calcular la longitud de la sombra de Johan Cruyff, y ponerla en relación con el peso de cuatro Ligas, una Copa de Europa, cinco años de toque, dos promociones de cantera, muchos quilates de prestigio internacional y varias toneladas de estilo.
Valorados estos considerandos: ¡Quédese, señor Van Gaal!
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