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Un escritor mágico prodigiosoFERNANDO VALLS

No parecen ciertos los rumores que corren sobre el nacimiento de Perucho en una biblioteca, aunque sí es más que probable que empezara a educar su sensibilidad con la fascinación infantil que sentía por sor San Miguel, su profesora en el colegio de las monjas francesas de la Presentación, en el barrio de Gràcia donde nació. Tenía allí su padre, en la calle de Menéndez Pelayo (hoy llamada Torrent de l"Olla), una tienda de tejidos y en los laberintos del almacén debió empezar a sentir el aliento de esas presencias secretas que ya nunca lo abandonarían. Pero sin las reveladoras clases del filósofo Eduard Nicol en el Instituto Salmerón y la lectura de revistas de la época, como Mirador y Meridià, quizá no hubiera congeniado tanto con sus condiscípulos de Derecho y Filosofía y Letras en el ya mítico patio de la Universidad de Barcelona, en los primeros años de posguerra. Tiene ahora Perucho 78 años, una vida bien cumplida, dedicada al trabajo, a la escritura, con muchos, con muchísimos libros en su haber, y en casi todos los géneros. Empezó cultivando la crítica de arte y la poesía, en Alerta, una publicación del SEU, y en dos revistas catalanas, Poesia y Ariel. No es extraño, por tanto, que su primer libro, Sota la sang (1947), fuera de versos. Sin abandonar nunca el artículo, se decantó después por la prosa narrativa, en diversos textos de género híbrido y en algunas novelas imprescindibles, como son Llibre de cavalleries (1957) y Les històries naturals (1960). Y en estos últimos años, después de dar por concluida en varias ocasiones su obra de ficción, ha seguido -por fortuna- publicando libros de poesía. En el último, que acaba de aparecer con el título de La mirada d"Antinea (1998), en un poema sobre el auriga de Delfos, hay un par de versos que resumen su filosofía vital: "No arribarà l"home més enllà de la mort sinó per la bellesa que expressa la paraula". Perucho es un escritor platónico que ha logrado sobrevivir en un mundo aristotélico. Él mismo se ha definido como de religión católica, conservador en política (excepto en lo social, que se siente tan progresista como el que más) y con pocos fervores nacionalistas, quizá por eso le tocó tan tarde la Creu de Sant Jordi, como el mismo Pujol le reconoció, que se justificó echando mano de una de sus muchas frases memorables: "Això va com va...". Y para más inri, como escritor, se ha declarado bilingüe y culturalista. Así, con esta tarjeta de presentación, ha tenido que padecer la intransigencia de más de un pequeño inquisidor local. Si a todo lo dicho le añadimos que Perucho ha permanecido al margen de las estéticas predominantes -pues, cuando en la literatura catalana imperaba el realisme crític, él cultivaba la literatura fantástica-, se entienden algo mejor los ninguneos que ha sufrido. En fin, que este señor particular, este escritor mágico prodigioso, como lo llamó su buen amigo y también excelente escritor Carlos Pujol, se ha empecinado siempre en ir a contracorriente y eso nunca gusta demasiado a los que ostentan el poder político o literario. Y para colmo de espíritus torturados, si nos damos a la gratificante lectura de su obra, la sensación que queda es que Perucho se lo ha pasado tan ricamente escribiendo y eso se perdona mal. "Si existe una definición de lo que soy, he sido y seré, está en la foto que en 1974 me hizo Català Roca", ha escrito Perucho. Pero si algo se siente es poeta, pues no cabe duda de que un aliento poético recorre toda su obra, sea cual sea el género que cultive. Para él, como buen platónico, el arte es una verdad revelada que abre puertas a lo desconocido; la poesía es una aventura hacia el absoluto, un misterio, y el artista, el poeta, un médium, alguien que por medio de la intuición nos devuelve el sentido primigenio de las cosas. Quizá todo lo dicho haga ya más fácil explicar por qué optó Perucho por una literatura culturalista, por la estética fantástica, cuando en España quizá su único par era Álvaro Cunqueiro y en la Europa del momento, Italo Calvino. "Lo fantástico", ha escrito, "representa la pura y simple reivindicación de la poesía y todo lo que es maravilloso ante la excesiva racionalidad de la vida". Así, toda su literatura estriba en poner en cuestión el racionalismo, que considera una forma empobrecedora de observar el mundo, en la exaltación de lo misterioso. Cuando se piensa que tanto la llamada vida real como los héroes que genera son anodinos, despreciables y vulgares, no es raro encontrar en los libros, en el arte, un camino para mostrar -a través de la desbordante fantasía- la esencia del mundo desde otra perspectiva. Y eso es lo que Perucho ha venido haciendo a lo largo de más de cincuenta años dedicado a la literatura y casi cien libros publicados, en los que, mucho me temo (como él también empieza a temérselo), ha logrado desvelar alguno de los infinitos secretos de la naturaleza. He tenido la inmensa fortuna de poder disfrutar en numerosas ocasiones, tanto en su casa de República Argentina como en la de Albiñana, de su amena y sugestiva conversación. Entre sus libros, las fotos de sus seres queridos, sus objetos y cuadros, bajo la vigilancia de la gata Mixeta, Perucho se transforma, salta en el sillón que siempre ocupa, se le iluminan los ojos, lanza una exclamación, ríe, mueve las manos en el aire, recita con énfasis unos versos, se levanta a enseñarte un texto raro que acaba de comprar o te relata una historia alucinante. Ahora que podemos abolir el tiempo y "el aire lleva un perfume silvestre de gardenia", me gustaría recordarlo en su diario paseo matinal por las calles de Barcelona. Quizá cogiendo el autobús, mientras que el escritor Vila-Matas lo observa emboscado en su célebre abrigo italiano, color vino tinto; o encaminándose a comprar un volumen raro u olvidado o un exquisito bacalao. Tal vez, al paso, añore sus charlas con su querido amigo Néstor Luján, o aquella liebre a la Royal que un día degustaron juntos, y cavile sobre esos misterios que ha intentado desentrañar en sus obras: ¿qué hay tras la realidad?, ¿de dónde surgen las cosas, qué hay más allá de su silencio? Mientras, entre los árboles revolotean los pájaros mecánicos y se oye cantar al aurea picuda y a la avutarda geminis, y recuerda su tertulia con los ficticios. Entonces, acelerará el paso: en su casa le espera "Birín, la radiante" y la confortable lectura de la Historia Lausiaca, de Palladio, la de los padres de la Iglesia, y la añoranza de aquellos días que ya son mortales.

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la UAB.

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