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Flavià es necesario

DÍAS EXTRAÑOSRAMÓN DE ESPAÑA Una de las evidencias más comunes en el hecho de hacerse mayor es que, si no tienes prisa por diñarla, dejas de beber, de fumar y de drogarte, y en cuanto te descuidas, estás cada noche en casa a las nueve, viendo en el Telenotícies cómo Pujol inaugura un nuevo pantano mientras se calienta en el microondas una ración de fabada. Eres consciente de que estás hasta las narices de ver a Pujol impartiendo doctrina y de que más te valdría estar en cualquier otra parte cultivándote, pero se está tan bien en casa, es tan cómodo ese sofá de Hábitat, tus pies reposan tan a gusto sobre la mesita de Ikea... Y así, poco a poco, te vas apantuflando y perdiéndote cosas. Por ejemplo, las admirables actuaciones de tu amigo Carles Flavià en el Malic. El pasado miércoles quien esto firma compartió mesa redonda en el Palau de la Virreina con sus compadres Agustí Fancelli, Quim Larrea y Jaume Sisa para hablar de Carles Buigas, aquel señor de las luces y las fuentes de cuyo nacimiento se cumple ahora un siglo y al que Sisa, off the record, definió como un iluminado pasado por agua. Cuando acabamos de dar la tabarra al simpático grupito de afiliados al Inserso que componía nuestro público, la rutina estuvo a punto de obligarme a despedirme de mis compinches para volver a casa a sentarme en el sofá de Hábitat, con los pies sobre la mesa de Ikea, y ver qué inauguraba Pujol esa noche mientras se calentaba en el microondas la ración de fabada. Afortunadamente, me dejé convencer para ir a cenar y, sobre todo, para ir a ver al padre Flavià en el Malic. A la salida, tras hora y media de carcajada permanente, me hice la firme promesa de salir a la calle con más frecuencia. Háganme caso, amigos, si aún no han ido a ver a Flavià, vayan cuanto antes. El sofá de Hábitat y la mesa de Ikea seguirán en su sitio cuando vuelvan a casa. Y a la fabada, que le den. Prensamiento, el one man show que el amigo Flavià presenta en ese zulo teatral que es el Malic de la calle de la Fusina, consiste en 90 minutos de reflexiones políticamente incorrectas sobre el mundo en general y el mundo de la prensa en particular. ¿Qué hay en él de especial aparte de que te tronchas durante un buen rato? Eso nos preguntábamos a la salida los hermanos Duigas (nombre al que Flavià había dejado las entradas en taquilla) mientras nos inflábamos de Vichy Catalán en ese bar llamado Gimlet en el que uno no ponía los pies desde hacía más de 10 años. Fue el ex cantautor galáctico quien dio con el quid de la cuestión. Lo más interesante de Prensamiento es la mirada del narrador, que no tiene nada que ver con la de la mayor parte de los seudohumoristas que padecemos en Barcelona, en Cataluña, en España... Como diría Javier Mariscal (¡recupérate pronto de tu patatús, hermano!), Flavià no se corta una peseta a la hora de decir lo que le sale de las narices. ¡Y no saben ustedes cómo se agradece esa actitud en una época en la que, a falta de censura, todo el mundo parece estar empeñado en aplicarse la autocensura! Tal como está el patio, Carles Flavià se revela cada noche en el Malic como un espíritu libre que utiliza la risa para poner en su sitio a la tontería imperante. Esa actitud, claro está, se paga con sangre. Puede que le dejen soltar sus homilías en BTV, pero las series en TV-3 con un presupuesto digno son para Lloll Bertran. Puede que se le deje largar en un teatro, pero con la condición de que sea una catacumba con aspecto de refugio nuclear en la que apenas caben 50 personas (según Flavià, no estaría mal cambiar el nombre de Teatre Malic por el de teatro Ortega Lara)... De todos modos, no hay que ser demasiado pesimistas. Ya sabemos que Flavià nunca tendrá la audiencia de Emilio Aragón, pero también es verdad que el hombre acaba de empezar. Hace cuatro días ejercía de manager y hace ocho de cura. O sea que yo no pierdo la esperanza de verle en el Teatre Villarroel y de que le caiga algo en TV-3 si ganan los socialistas. La esperanza, ya se sabe, es lo último que se pierde.

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