El poder de la edad
"Es muy difícil encontrar a un anciano gitano en un asilo". Lo dice José Manuel Flores, coordinador de los programas europeos de la Secretaría General para la Comunidad Gitana de la Junta. Y lo es porque "el respeto a los viejos" es una pieza tan fundamental de esta cultura que los payos se han inventado un nombre para designar a los más influyentes de la comunidad: el patriarca. Desde luego cuesta imaginarse al tío Justo, un patriarca de 63 años de la barriada malagueña de la Palma-Palmilla, entrando con su bastón, su traje blanco, su sombrero y su mirada cargada de orgullo en un hogar del jubilado. Cuesta porque al igual que el resto de los hombres de respeto -nombre con el que los gitanos conocen a los patriarcas- cumplen una función clave: mantener viva la tradición y la cultura. Es una función que según, Diego Luis Fernández, vicepresidente de la Unión Romaní Española, se ha mitificado. "El planteamiento del patriarcado es una invención. Existen personas mayores que aconsejan, dan su opinión y cuyos criterios son escuchados. Pero pensar que la comunidad gitana está regida por una gerontocracia es un error". Y lo es a pesar de la frecuencia con que se presenta a los patriarcas como gobernantes y jueces. Es verdad que solucionan conflictos entre familias porque se respeta su autoridad. "Hay que tener en cuenta que la cultura gitana ha sido tradicionalmente ágrafa, por lo que quien más vive es quien más sabe", dice Flores. Y Fernández está de acuerdo. "El hombre de respeto es la persona que más conocimiento tiene de la ley gitana", pero esto ha cambiado con el acceso de los jóvenes a la universidad. Por eso es "normal" que su autoridad se cuestione más. El tío Justo lo dice a su manera cuando asegura que "se ha perdido un poco" el respeto de la comunidad hacia los viejos y que "antes el gitano mayor era más respetado". Él ha intentado acabar con una de las lacras de la Palma-Palmilla: la droga. "Esa es la pena que tengo, que estaba todos los días hasta las diez de la noche vigilando y no la quité", asegura. Sin embargo en su historial sí que figura el haber solucionado conflictos en la comunidad. Y es que el respeto se lo ha ganado como todos los patriarcas: con una trayectoria de vida que cumple con la ley gitana. "No se trata de una ley como tal, eso es una leyenda, sino un código de comportamiento", dice Flores, "una forma de ver la vida que presenta rasgos orientales por nuestro origen, como son una gran espiritualidad -que se ve, por ejemplo, en el culto a los muertos o en la importancia que tiene la virginidad como símbolo de pureza- y en un profundo amor a la vida y a la libertad". Por eso la edad no basta para convertirse en un hombre de respeto. Además de ser "gitano puro y sin mezcla", como dice el tío Justo, hay que "ser un gitano muy formal para que todo el mundo te aprecie". A estas dos cualidades añade unas cuantas más: "Haber quitado peleas, que no te hayan visto en sitios malos, ser humanitario y ser con todos igual". Como lo resume en una frase: "ser un gitano señorial". Y es que el respeto por los mayores no es imposición. "Se ha intentado vender la figura del patriarca como el que puede acabar con la droga y el que pone fin a las reyertas. Pero ni esto está en sus manos ni debería encargárseles tal tarea", dice Fenández. No es que carezcan de autoridad sino que tienen que emplearla en otra tarea: mantener viva la tradición.
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