Un "golpista por dignidad" que hace lo que dice
El jefe de paracaidistas Hugo Chávez llega al poder tras cumplir dos años de cárcel por una asonada
El cuartelazo del 4 de febrero de 1992 de Hugo Chávez contra el orden establecido llegó precedido de rebeldías más tempranas. Siendo chaval en la aldea de Sabaneta de Barinas, donde nació el 28 de junio de 1954 de abuelos alzados y padres docentes, estampó en la cara de su maestro el cuaderno de deberes de la escuela porque intuyó que galanteaba indecentemente con la maestra de la que Hugo Chávez estaba secretamente enamorado. El presidente electo acabó de incendiarse, esta vez de amor patrio, en los ochenta, en los cenáculos castrenses venezolanos más imbuidos por la doctrina bolivariana, ocupados por el convencimiento de que los hombres de armas, aun corriendo las postrimerías del siglo XX, habían de secundar los alzamientos del libertador americano si el deterioro de la democracia en curso convocaba a su salvación.No siempre fue golpista el nuevo inquilino de Miraflores. Siendo casi de teta corría descalzo por la calles de Sabaneta festejando el derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez, domiciliado ahora en La Moraleja de Madrid. "¡Viva la democracia!", gritaba sin saber lo que decía. Ahora dice saberlo muy bien: la democracia que pensaba construir no es la que administró Carlos Andrés Pérez, que habría de llamarle traidor, sedicioso y felón, ni tampoco las que le precedieron decenios atrás de la mano de otros caudillos de Acción Democrática (AD) y de Copei.
Casado en segundas nupcias con Marisabel Rodríguez, tiene cuatro hijos y una nieta. De niño recibía libros de un tío viajante, y los coloreaba junto al río de una aldea de tres calles y 4.000 habitantes. A su bisabuelo se lo llevaron las guerras federales, y su padre, maestro de escuela, es hoy gobernador porque fue ungido en las legislativas de noviembre por la gracia de este fenómeno político de las riberas del Orinoco que pretende redimir mediante un revolcón de constitucionalidad.
Ganó la presidencia, y es un hombre que se extasía en la tribuna, un émulo de Fidel Castro en el tono y extensión de sus discursos, más épico en sus referencias, pero capaz de transmitir fuerza y convencimiento a quien espera un mesías como agua de mayo. Eso le condujo al triunfo.
Que vaya a cumplir lo prometido es harina de otro costal. Cualquiera que sea su interlocutor, sale generalmente complacido, lo que demuestra que de pendejo tiene poco. Además, como ha sido insurrecto y se jugó la vida, la audacia prometida para poner el país patas arriba es más creíble entre los suyos, a quienes emboba con una oratoria demoledora y puede sacar a las calles cuando quiera. Adicto a las citas de los clásicos y de los próceres, a los dulces, a la fruta lechosa, a la gastronomía llanera -desde la pasta con sardinas hasta el chiguire con caraotas y topocho-, el comandante de paracaidistas siguió con la afición a la pintura, y algunos de los cuadros preparados durante sus dos años de estancia en prisión como golpista -salió en 1995, indultado por el presidente Rafael Caldera- fueron adquiridos en subasta por empresarios que anticipaban su triunfo y halagaron su genio pictórico aspirando a sus favores.
Leyó Los perros, de Mario Vargas Llosa, entre otros muchos textos, porque se considera un lector empedernido que nunca abandonó el libro, ni siquiera en las expediciones de campaña, en los campamentos de montaña sin luz eléctrica, en la celda donde fraguó el discurso que le llevó el domingo a la victoria. Le gusta a morir el béisbol, jugó de juvenil y todavía explica algunas de sus ideas con símiles de pelotero. "Lo que dice, lo hace", aseguran sus amigos, que le reconocen un carácter difícil, intolerante muchas veces, siempre con la suya. Eso es lo que quiere de él la mayoría de sus votantes, que marche solo, ignorando los cantos de sirena de las fuerzas económicas y políticas que pretenden el cambio moderado, un giro más de consenso a un programa todavía vago en algunos de sus capítulos, el económico sobre todo, pero ciertamente revolucionario en su flanco político.
Chávez salió de la Academia Militar como subteniente en 1975, cursó estudios sobre guerras políticas en Guatemala y en 1989, tres años antes del de autos, concluyó una maestría en ciencias políticas en la Universidad Simón Bolívar. Confiesa una cierta admiración por el populista panameño Omar Torrijos, aunque sin comprometerse con el fallecido dirigente centroamericano, y una gran sensibilidad contra la injusticia y la riqueza malhabida. "Se indigna muchísimo con la miseria", insisten sus próximos, quienes dicen que asume su condición de "golpista por la dignidad", pero se duele de la imagen de peligroso patán castrense transmitida al exterior.
Hugo Chávez Frías, el presidente más joven y único con rango militar que haya gobernado Venezuela desde 1958, fue comandante del pelotón de comunicaciones en el batallón de cazadores Cedeño (entre Barinas y Cumaná), jefe de una compañía de carros de combate AMX-30 y cumplió otras muchas jefaturas en sus 25 años de carrera. En 1988 fue nombrado jefe de ayudantía del Consejo Nacional de Seguridad y dirigió el batallón de paracaidistas Antonio Nicolás Briceño hasta la rebelión del 4 de febrero de 1992, cuyas vísperas cita como el momento más difícil de su vida. "Fue a las diez de la noche del 3 de febrero, con la salida del último camión de soldados". Le acompañaron en la gran aventura de su existencia reclutas solteros y padres de familia, a quienes la dirección de la asonada sedujo con arengas liberadoras. Algunos perdieron la vida en el cuartelazo que ha sido plataforma política de quien recordó su muerte con veneración a lo largo de la campaña que le llevó al definitivo triunfo.
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