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"El crecimiento de Madrid ha sido siempre muy poco racional"

El historiador Virgilio Pinto Crespo es uno de los máximos conocedores de la historia de Madrid, pero, como tantas otras veces sucede en esta multicolor ciudad de advenedizos, nació lejos de la urbe: en un pueblecito de Burgos, para ser más exactos. Hace tres años, su Centro de Documentación y Estudios para la Historia de Madrid ya hizo fortuna con la publicación de un Atlas histórico de la ciudad que recorría la fisonomía urbana de la villa y corte desde el siglo IX hasta los alrededores del año 1850. Ahora está inmerso en la preparación del segundo volumen de la serie, con lo que la propuesta de confeccionar la guía urbana de 1898 le llegó en el mejor momento posible. Después de haber visto decenas de planos matritenses, su diagnóstico es rotundo: "El crecimiento de esta villa", dice, "desde tiempos inmemoriales, siempre ha sido muy poco racional". Ya el estirón de la segunda mitad del XIX, cuando Madrid pasó de un cuarto de millón a 500.000 habitantes, se tradujo en un desbarajuste urbanístico notorio. "El ensanche que diseñó Carlos María de Castro tenía, ya de por sí, sus defectos, pero los intereses especulativos acabaron con cualquier intento de que el crecimiento de la ciudad resultara ordenado", asevera.

Caos

"Todo lo que hoy es Tetuán, Cuatro Caminos, Pacífico o La Guindalera se edificó de manera caótica. No sé si es uno de los sinos de esta ciudad, o incluso si ese desorden puede incluirse entre sus encantos, pero cada uno de esos procesos caóticos ha tenido consecuencias irreparables", dice Pinto. Incluso ahora, cuando a los maestros contemporáneos del urbanismo se les supone sensibles a los problemas de la ordenación territorial, Madrid sigue fiel a la tónica que marca su historia, a juicio de este profesor universitario: "Las instituciones siguen basándolo todo en la ocupación intensiva de los espacios del municipio. El mismo Pasillo Verde sólo tiene de verde la pintura de alguna fachada. Y con la prolongación de la Castellana, ya veremos lo que sucede: de momento, sólo se oye hablar de rascacielos y más rascacielos".Pese a la maldición de la ciudad y su intrínseco caos, el historiador se mantiene fiel a un Madrid por el que profesa "un amor nada castizo, pero sí científico y social". Un Madrid que conserva rasgos de identidad respecto a esa villa de 1898 que acaba de diseccionar. "Por ejemplo, ya en aquel entonces éramos unos noctámbulos de mucho cuidado. Vicente Almirall, un catalán de la época que practicaba un humor muy fino, contaba lo siguiente: "Si quieres encontrar en Madrid algún Ministerio en el que se esté trabajando, hay que acudir a partir de las once de la noche".

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