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EL PERFIL

Ortega, el partido propiamente dicho

Ser andalucista de a pie de obra y con mando en plaza debe consistir en esto: celebrar el almuerzo en las ruinas de Itálica y tomar el carajillo de Machaco en un velador de la judería, junto a la Mezquita de Córdoba. Antes, el aperitivo -pipirrana de caballa de Barbate- puede desplegarse como una especie de homenaje a la batalla de Guadalete. De ahí que algunos hermanos en Andalucía mantengan cierto esmeradísimo aspecto de un Marco Aurelio vecino de Sevilla -véase Rojas-Marcos- y otros, menos romanizados, pudiesen parecernos un vendedor de alfombras, cachivaches y marroquinería que, desnortado en las playas de Cádiz, se instalase en Jerez con los bultos atufándole a mojama -obsérvese el caso de Pacheco-. Ortega no es así, pero casi. Desde 1995 secretario general del hoy PA -antes PSA, y más antes ASA-, Antonio Ortega es, ahora, consejero de Relaciones con el Parlamento de la Junta de Andalucía, y un personaje en ocasiones borgiano que mantiene, contra moros y conversos, algo impecable en su aspecto de encargado de finca rústica, o de capataz con vozarrón audible en el cortijo. Por eso, quizás, cuando mira a las cámaras de la televisión, o se retrata para la prensa, ostenta un careto como de granuja recién pillado, o de espontáneo detenido en el trance de dar el salto al ruedo, o de maestro triunfante con dos orejas en las manos dándole la segunda vuelta a la plaza. Tanto da. Este hombre se pone frente a los aparatos audiovisuales y, encarándose al guardia civil que en ese momento pudiéramos ser todos los andaluces, espeta: ¡He, he, heee, qué pasa! Sin embargo, nadie puede asegurar que semejante desparpajo haya sido la estrategia de Ortega durante sus recientes entrevistas con el presidente Pujol y con Pere Esteve, a la sazón secretario general de Convergència Democrática de Catalunya. Lo suyo con ellos ha sido de sí señor y vayamos por partes, que la mía es andaluza. Después, dicen que hablaron de la reclamación, efectuada por CiU al Gobierno de lo que llamamos España, de un nuevo sistema financiero que compense el balance fiscal negativo para Cataluña (para entendernos: la diferencia entre los impuestos pagados por los catalanes y el gasto público en esa comunidad). ¿Será posible que, gracias al palique mantenido por Ortega, Andalucía pierda, o gane, una pizca más en la flaca tajada que le corresponde del Estado español? Está por verse. Lo de borgiano digo yo que le viene a Ortega por su aparente interés en ser El otro, que, en su caso, pudieran ser dos: Xabier Arzalluz y Jordi Pujol. Sin embargo, este otro también tiene identidad, la de Antonio Ortega García: andaluz de 1955, y de Linares, que estudió Ciencias Humanas -¿existen las inhumanas?-, que se casó, que fue concejal del Ayuntamiento de Sevilla en 1987, que no tiene hijos, y que ingresara, allá por 1976, en el hoy PA -antes PSA, más antes ASA, insisto- para ser, desde 1995, el secretario general de los hermanos en Andalucía. Ese Antonio Ortega, el que viene así descrito en los papeles del Parlamento Andaluz, no es El otro; este otro, el que yo digo, es una mezcla de gudari, butifarra y pandereta que, aderezada con la mijita de Marco Aurelio y el poquito de vendedor de alfombras, cachivaches y marroquinería, da un resultado de dos consejeros para el PA en el actual gobierno andaluz, y un grupo parlamentario andalucista empeñado en demostrarnos que lo de Europa es un síndrome regional. Así las cosas, y por apurar a Borges, la Junta de Andalucía bien pudiera quedarse en El jardín de los senderos que se bifurcan. En fin, el tiempo de la presente legislatura viene demostrando que mejores son los senderos con bifurcaciones que las pinzas con fórceps puestas en el cogote del presidente Chaves y, de paso, haciéndonos tiritar de orquitis a la mayoría de los andaluces. Entre tanto, Ortega sostiene que el nacionalismo es la solución final -como Arzallus en el País Vasco, como Pujol en Cataluña- para una comunidad histórica en la que, a diferencia de la vasca y de la catalana, apenas se escarben unos centímetros tierra abajo aparecerán juntas las dentaduras de Argantonio, el fenicio Marduk, Amílcar Barca, Séneca, Don Rodrigo, Muza, Gonzalo de Córdoba y Queipo de Llano. A semejante fenómeno arqueológico se debe, acaso, que ahora mismo la coalición de gobierno en Andalucía esté compuesta por PSOE y PA; y mañana -¿quién sabe?- por PP y PA; y pasado mañana -aunque se sepa que no- por IU y PA. O sea que PA -léase Ortega- es todo el partido andalucista, porque sin él no hay gobierno andaluz, y ese detalle se lo debe a Ortega el PA y Andalucía. Es decir, lo enunciado: Ortega, el partido propiamente dicho. "Antonio, Antonio, ¿qué has hecho con Rojas-Marcos?", es la voz que desde la ultratumba de Casares escucha Ortega durante el rasurado facial de cada mañana. Cuentan que, en ese momento de higiene bíblica, Antonio Ortega lanza los ojos hacia la foto del padre de la patria andaluza puesta en su mesita de noche y, girando el grifo de la ducha, responde rotundo: "Pero don Blas, ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?".

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