"Eran muy fuertes y me hicieron daño"
Florencia Jerez Justicia, de 57 años, mantenía ayer el tipo. Considerada una mujer de temperamento, nada más llegar a su casa de Aranjuez afirmó que "nunca había perdido el buen humor durante el secuestro". "Dentro de lo malo me encuentro muy bien, aunque me duele un poco el labio, que se me partió en el momento del secuestro; los hombres que me cogieron eran muy fuertes y me hicieron daño", dijo.La mujer recordó que sus agresores siempre llevaron los rostros ocultos con barbas postizas y que se llamaban uno a otro Pedro, pero que aun así uno de ellos le resultaba conocido. "He pasado miedo, aunque he estado muy entera. De todas formas han sido cuatro días horribles, no sabía dónde estaba y me parecía imposible que pudieran encontrarme. Incluso confundí a la policía con mis secuestradores", concluyó Flora, como la conocen sus vecinos.
La mujer, nacida en Cabra de Santo Cristo, un pueblo de Jaén, es una farmacéutica muy conocida en Aranjuez. Su botica -precisamente de guardia ayer- abrió en 1970 y su marido, Juan Antonio Escobar, regenta otra desde 1983.
El matrimonio, que vive en en la localidad desde hace más de 30 años, tiene cuatro hijos (tres hombres y una mujer). Tres de los vástagos siguen los pasos de sus padres y estudian actualmente Farmacia. El otro cursa Químicas. La pareja, sin problemas económicos, posee pisos en Aranjuez y en Madrid, cinco vehículos, algunas fincas rústicas y una bodega en Yepes, en la provincia de Toledo.
Tras su rescate Flora fue trasladada a la Jefatura Superior de Policía en Valencia, donde pudo hablar con su familia. En tono sorprendentemente relajado, narró las vicisitudes de su cautiverio. "Me han tratado bien", dijo, aunque aseguró que comía poco y que estuvo permanentemente atada de pies y manos.
"En principio, Flora no se creía que era la policía quien acudía a rescatarla", relató Segundo Martínez, jefe superior de Policía. Pero la liberación se podría haber adelantado unas horas si Ángeles Torremocha, una mujer de El Perelló que vive frente al número 22 de la calle de Ramón Llull que utilizaron los secuestradores, hubiera comunicado sus sospechas.
Desde el lunes estaba preocupada por "todo el movimiento" que veía en ese edificio de apartamentos "que suele estar vacío en invierno". Su inquietud aumentó el jueves al anochecer.
Mientras tendía la ropa, observó cómo dos o tres personas cargaban unas maletas estrechas y alargadas "de las que se usan para llevar instrumentos de música o armas" en un coche oscuro. Se guardó sus sospechas por miedo a que su marido la acusase de "estar siempre pensando mal de la gente".
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