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Lanzado

"Que la confianza excesiva no lo haga incauto y la excesiva desconfianza no lo convierta en intolerable". Zaplana no ha leído a Maquiavelo, ni falta que le hace. En realidad, su actitud en la política es de una simplicidad apabullante: nunca se equivoca y nadie está legitimado para criticarlo. La simetría primaria entre "nuestros" aciertos y "sus" rencores, que la pasión partidista establece, encuentra en el PP valenciano una radicalidad canónica. Las sesiones de control a que se ha sometido en las Cortes el presidente de la Generalitat durante la legislatura son la prueba más palpable de ello. Si eliminamos de sus intervenciones toda referencia a la falta de honestidad, el pasado oscuro, los trapos sucios, la insidia y los problemas internos de la oposición, el presidente no ha explicado nada. Lanzado a galope tendido, no puede perder tiempo en decirnos por qué su consejero de Economía envía un fax al Ayuntamiento de Benicàssim comprometiendo inversiones ante la modificación de un plan urbanístico que implica la ventajosa recalificación de un terreno de otro miembro del Consell. Ocurre lo mismo con el resto de cargos públicos y dirigentes populares, clónicos de su jefe en este aspecto. El titular de Educación, Francisco Camps, por ejemplo, arremete contra la mala gestión anterior de los socialistas cuando estos apuntan que la reforma de la enseñanza no se está llevando a cabo con la celeridad y la eficacia que pregona. Incluso la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, que lleva ocho años en el cargo, culpa todavía a sus predecesores de los males de la ciudad en cuanto le afean alguna carencia. La alta estima que profesan para sí los populares y su generosidad proverbial a la hora de satisfacer intereses privados mediante recursos públicos han fabricado un combustible de gran octanaje que alimenta a una nutrida tropa de aduladores, entre los que destaca, por cierto, un periódico que el otro día ofrecía a sus lectores una ficha de juego coleccionable en la que aparecía Jordi Pujol caricaturizado de diablo con cuernos y colmillos, en una demostración de humor deplorable. Con el viento de cola, la aceleración de Zaplana alcanza niveles de vértigo, ahora que en Madrid lo han convertido en teórico y ha de redactar una ponencia para el congreso del partido. Maquiavelo le aconsejaría sobre la combinación de prudencia y astucia en el gobernante; le advertiría de lo volubles e ingratos que pueden ser quienes se han visto favorecidos sin motivo "porque las amistades que se adquieren con dinero y no con grandeza y nobleza de ánimo se compran pero no se tienen, y cuando llega el momento no pueden utilizarse". Pero la prisa no congenia con la sutileza.

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