Cuestión de liderazgo
Los mismos socialistas que hasta hace bien poco denostaban el hiperliderazgo de Felipe González exaltan ahora embobados el mando único logrado por José María Aznar sobre las filas del Partido Popular, una vez instalado en el Gobierno. Esos mismos socialistas, de cuyo nombre no quiero acordarme, describen al periodista entre admirados y envidiosos por comparación con su propio partido cómo Aznar fulmina con su mirada los bancos propios, cómo impone la más severa disciplina, cómo se hace obedecer sin rechistar, cómo destituye a quienes eran tenidos por sus más íntimos colaboradores, cómo promueve a sus compañeros de pupitre del Colegio de El Pilar y a quienes le acogieron en Valladolid sin que entre los meritorios se deje oír objeción alguna, cómo distribuye dosis de precariedad entre quienes se consideraban imprescindibles, cómo fomenta adhesiones inquebrantables entre quienes quieren ahuyentar destituciones por sorpresa.De Aznar empiezan a exaltarse algunas condiciones como la frialdad, la impasibilidad, la memoria rencorosa que le otorgarían superioridad caracteriológica sobre el común de sus compatriotas, más bien previsibles y apasionados. Una superioridad que compartiría con figuras arquetípicas de otros tiempos de infeliz memoria. Aznar ha conseguido transmutar el signo de muchas cosas. Así, por ejemplo, con los anteriores presidentes -Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González- cualquier referencia a relaciones de amistad o parentesco levantaba un principio de sospecha sobre personas intachables y les añadía una nota de inconveniencia para el desempeño de cualquier cargo. Con José María Aznar sucede lo contrario. Cualquier nombramiento, por excéntrico que parezca, adquiere plena legitimación si recae en persona agraciada con la amistad del presidente. Hasta ahora, ese dato de la amistad presidencial sólo ha servido para disolver toda contraindicación y añadir cuanta idoneidad fuera precisa para los más difíciles desempeños. Todavía ninguno de los designados en aras de su amistad con el designador ha sido invalidado con la etiqueta de amiguismo o descalificado con el epíteto de amiguete.
Entre tanto, los socialistas dudan de sus propios sistemas de renovación. Tienden a ver las elecciones primarias como una trampa inadvertida causante de las dificultades que atraviesan y sólo ven ventajas en el mando único del PP. Muchos de sus dirigentes se encuentran al borde de la hipnosis y tributan tal admiración al rival que causan profunda desmoralización en la propia hueste. Confunden el efecto con la causa y así es imposible combatir. Por eso, el general Montgomery, al asumir el mando aliado en el Norte de África, vio muy clara la necesidad de pulverizar la reputación de su adversario, Erwin Rommel, comandante de las fuerzas del Eje, antes de plantear la batalla de El Alamein. Porque mientras la oficialidad y las tropas británicas tuvieran a Rommel idealizado, se encontrarían en una inferioridad psicológica muy perjudicial. Lo explica muy bien Norman Dixon en su imprescindible trabajo Sobre la psicología de la incompetencia militar, que debería ser adoptado como libro de cabecera por José Borrell en su escalada hacia el liderazgo, que sólo se le dará por añadidura el día que logre izar el pabellón socialista en los jardines de La Moncloa.
Pero abandonemos los campos de El Alamein de octubre de 1942 y volvamos sobre el candidato José Borrell. ¿Aprenderá las lecciones de Montgomery? ¿Imbuirá al PSOE de las ventajas que representan las características de su organización frente al ordeno y mando de la otra banda? ¿Seguirá clamando por visitar a Aznar en Moncloa o rehusará para siempre a esas visitas que encumbran a su interlocutor y optará por esperarle para cuando haya que hablar en el Congreso de los Diputados? ¿Se obsesionará con el juguete roto de la oficina del candidato o activará el grupo parlamentario socialista para ejercer el control del Ejecutivo del que parecen haber desertado? ¿Cuándo sabremos algo, por ejemplo, de Radiotrónica? Ahora que somos pequeñitos y de pueril inteligencia, ¿por qué no nos llevan de excursión a las Islas Caimán para pasar lista a los beneficiarios de transferencias compensadoras de algunos favores?
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