Caminero vuelve a su casa
Juega esta tarde en el Calderón, el campo donde conoció la grandeza y las miserias del fútbol
Caminero vuelve esta tarde al Calderón, de donde salió el pasado verano por la puerta de atrás, prácticamente con la misma discreción con la que llegó hace seis temporadas, cuando su fichaje no entusiasmó ni a Jesús Gil. Recuerda que el primer día, en la presentación del equipo, el dueño del club fue saludando efusivamente a los nuevos fichajes, a Kiko, a Kosecki, a Moacir... Cuando en su recorrido por los bancos del vestuario llegó donde Caminero, preguntó: "¿Y tú cómo te llamas?". Gil no sospechaba que estaba estrechando la mano de quien iba a ser su nuevo buque insignia, el sucesor de Futre ante la afición, probablemente su futbolista más importante.Porque José Luis Pérez Caminero se convirtió enseguida en protagonista. Durante tres temporadas jugó a la altura de los más grandes, tanto en el Atlético como en la selección. Creció como futbolista pese al baile posicional -llegó como libre, jugó como medio centro, se consagró como media punta y terminó como volante derecho- y de entrenadores -eran los tiempos más feroces de Gil: destituía técnicos a tal ritmo que, a Caminero, por una lesión muscular menor, no le dio tiempo a ejercitarse un solo día a las órdenes de José Luis Romero-. Y tocó el cielo con el doblete, curso en el que, además de conquistar los dos únicos títulos de su carrera, dejó para la posteridad su célebre maniobra ante Nadal en el Camp Nou.
Fue justo a la conclusión de esa temporada 1995-96 cuando el gran Caminero se vino abajo. Un desagradable episodio durante el verano marcó el punto de inflexión de su caída: un asunto personal que le enfrentó directamente con Miguel Ángel Gil Marín y del que nunca quiso aportar detalles, ni siquiera para defenderse de mensajes salidos del propio club que afectaron a su familia, a sus compañeros, a sus relaciones con la afición. Caminero no supo manejar el asunto y fue maltratado. Lo pasó mal, intentó sin éxito dejar el Atlético y hasta meditó retirarse.
Desde entonces, Caminero sólo acertó a levantarse en contadas ocasiones, que coincidían, eso sí, con partidos importantes -siempre fue en las grandes citas donde regaló lo mejor de su repertorio-. El fútbol, o lo que le rodeaba, dejó de gustarle. Se descuidó y perdió forma, con una peligrosa tendencia a engordar, a lesionarse, a ganarse expulsiones inexplicables. El público le torturó, sus jefes también. Y hasta perdió el cariño de gran parte del vestuario, que le defendió a pecho descubierto en un contencioso con Antic y nunca entendió que Caminero luego se pasara al bando del técnico. También Clemente se sintió decepcionado porque no salió en su defensa con el entrenador rojiblanco y le apartó de la selección.
Finalmente al futbolista no le quedó otro respaldo que Antic. Cuando el club rompió con el serbio, también decidió prescindir de Caminero. El jugador tenía aún contrato con el Atlético, pero aceptó marcharse. Llevaba tiempo soñando con la tranquilidad, con un lugar donde el día a día no tuviera tantos dobleces. Y se refugió en el Valladolid, justo el equipo desde donde hace seis años llegó al Atlético, en busca de una jubilación psicológica. Allí es nuevamente feliz, vive tranquilo y hasta tiene la sensación de que le vuelve a gustar el fútbol.
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