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CRÍTICATEATRO

Tribus urbanas

Salvajes De Alonso de Santos. Intérpretes, Teresa Hurtado, Germán Cobos, Beatriz Bergamín, Aitor Beltrán, Marcial Álvarez, Adolfo Pastor, Pablo Rivero, Eduardo Antuña. Iluminación, Josep Solbes. Música, Bernardo Bonezzi. Vestuario y escenografía, Toni Cortés. Dirección, Gerardo Malla. Teatro Olympia. Valencia, 18 de noviembre.Hay una legión de autores dramáticos que iban a comerse el mundo en los años de la transición y han terminado escribiendo obras costumbristas a la carta o insufribles guiones de teleseries. Alonso de Santos, que empezó tratando de imitar a Tadeusz Kantor con sus recuerdos de infancia, se ha convertido en una eminencia de la crónica periodística con sus obras sobre aspectos de la realidad inmediata, como robos a estanqueras en los años del miedo a salir de noche o el regocijo del porro compartido cuando se bajaba al moro. Ahora le toca el turno a la violencia de las tribus urbanas, asunto también muy en candelero que llena las páginas de sucesos, aunque el autor se acoja, en el programa de mano, a los arrebatos propios del final de siglo y milenio, como es habitual para no importa qué asunto. Salvajes es una crónica dura, aunque políticamente correcta, y bienintencionada de esa juventud desnortada (siempre lo ha estado) que se agobia con la droga (bien entendido que la droga es el caballo) o se distrae apaleando negros y follando en horas como de visita. Esta loca juventud se contrapone a la valiente y omnicomprensiva señora entrada en años, tía de los protagonistas, y a la de un sensato policía, todo ello trufado de esa clase de réplicas ingeniosas que encantan a cierto público y que envuelven en repostería no muy fina el amargo caramelo. De Santos, que dice basarse ahora en el psiquiatra Rojas Marcos, se pone de parte de los buenos, como es lógico, en esta enésima versión de la misma obra, donde los veteranos Teresa Hurtado y Germán Cobos llevan la voz cantante en un reparto de jóvenes dirigidos, con su habitual inclinación al estrépito, por Gerardo Malla.

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