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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Intensidad y continuidad

Dos palabras claves del periodismo trajo a su discurso Lluís Bassets, la noche del miércoles, en la presentación de La gota malaya (Península-Ed. 62), la biografía de Maragall que han escrito Luis Mauri y Lluís Uría. "Intensidad y continuidad", decía el director adjunto de este periódico para resumir la carrera genérica de los dos periodistas y su cristalización específica en este libro. Hace más de quince años que los dos trabajan en la sala de máquinas de esta ciudad. Siempre me ha asombrado ver cómo Uría es capaz de meter el Área Metropolitana de Barcelona -con todas sus tuberías- en un folio. En cuanto a Mauri, sigue creciendo -debe de pasar ya de los 10 palmos- después de tantos años de escuchar a los políticos provinciales: aún más asombroso. Lo que se habrán aburrido estos dos hombres es indescriptible, y experiencias como la suya deberían analizarse en las escuelas del oficio. Pero contra lo que suele pensarse en estos tiempos lúdicos, el aburrimiento es fuente de creación y de virtud. El libro que han escrito mis colegas es también un hijo legítimo, ejemplar de este sentimiento impagable y verdadero. Y su periodismo, de intensidad y de continuidad, el único que podía hacer frente al reto de cazar a lazo al volàtil, erràtico, genialoide, barroco y sentimental ex alcalde de Barcelona Pasqual Maragall i Mira, hoy candidato y mañana Dios -Cataluña- dirá. Mucha gente ha escrito sobre Maragall en esta ciudad. En realidad, y durante la glaciación pujolista, era de lo poco interesante que había por escribir. Escribir sobre Maragall ha dado siempre una ilusión de profundidad. Frente a sus ambigüedades y su coloquio oracular, muchos periodistas han respondido con metáforas y puntos suspensivos. Sobre Maragall se ha escrito con demasiados puntos suspensivos. Es posible que semejante método estilístico le haya otorgado al ex alcalde el prestigio de lo inaprensible, de lo aéreo; pero también ha diseminado mucha desconfianza sobre él. En este sentido, el libro tiene un capítulo ejemplar. El que afronta la leyenda del alcalde borrachuzo. Durante bastante tiempo el rumor de que Maragall bebía entretuvo a la élite barcelonesa. Hasta que fue sustituido -como respuesta vinculada- por el igualmente falso rumor que adjudicaba a Pujol una amante. Pues bien: sería muy instructivo reproducir las frases a media luz con que el periodismo barcelonés encaró una leyenda que acabaría llegando a los teatros. Lo que el periodismo barcelonés debió entonces haber hecho es lo que ahora hacen Mauri y Uría: explicar cómo el bueno de Josep Tordera -entonces miembro del gabinete de prensa del alcalde- se las veía con el cómico Arús para que éste dejara de hacer su bromita alcohólica, o cómo el propio alcalde se encaraba con Moncho Borrajo para que también renovara su arsenal histriónico. Intensidad y continuidad: la única forma de meterlo en un libro. Incluso para que se revelen sus más estéticas tomaduras de pelo. En cualquier otro contexto, en cualquier crónica intimista, demiúrgica, la descripción de la revelación maragalliana sobre el nombre de su sucesor en la alcaldía -Maragall "supo" quién iba a sucederle al ver cómo Clos afrontaba la muerte de su hermano- habría dejado en el lector una sensación indecisa, una meditación sonámbula, cautivada, sobre la importancia del factor humano en la política. Cuando uno lo lee en este libro, vienen ganas de darle a Maragall unas palmaditas en el hombro, decirle "vale, vale" y seguir nuestro camino. Otro tanto podría decirse de la enternecedora escena del despido de Raimon Martínez Fraile: "Cuando los dos estemos jubilados", le dijo Maragall por toda explicación, "iremos un día a la Costa Brava y daremos un paseo por la playa. Entonces hablaremos de todo esto". En el libro, no hay ternura: tan sólo están la arbitrariedad necesaria del poder y la constatación -¡fuera metáforas!- de que la seda es muy fría. Maragall pasado por un periodismo de piedra: una excelente novedad. Una novedad también, y muy estimulante, en el camino de la normalidad que parece haber emprendido la edición en Cataluña. Este tipo de libros cosidos a la realidad son raros en los países florales. Será porque arraigan. La última, y relativa, sorpresa es que Maragall sale indemne, y aun solidificado, del experimento: más roca que gota. Tiene mérito: no quiero ni pensar qué sería de Pilar Rahola -moviéndose por la fiesta la otra noche- en manos de la intensidad y la continuidad.

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