Siestas

MIGUEL ÁNGEL VILLENA No consta que entre las más de 4.000 palabras que los árabes dejaron como herencia al castellano figurara siesta. Pero los musulmanes legaron la esencia. Palabra más exportada a todo el mundo que otras aportaciones del español al idioma universal, como guerrilla o torero, la siesta va mucho más allá de una cabezada después de comer para convertirse en una auténtica filosofía de la vida. Tregua necesaria al mediodía en países cálidos, la siesta abre también un espacio para los placeres amorosos hasta el punto de que algunos piensan que esa identificación entre la noche y la lujuria no deja de ser un mito frente a la sensualidad indolente de la sobremesa. Pero, sobre todo, la siesta apunta al hedonismo frente al productivismo, subraya una cultura pagana frente a los ascetismos, exalta el ocio frente al negocio. Suelen acusarnos a los valencianos de vividores, un adjetivo que algunos profieren como insulto y que nosotros incluimos más en la categoría de las virtudes. Ahora, los detractores de una dieta vital mediterránea disponen de nuevos argumentos para atacar nuestras costumbres. Un reciente estudio revela que el 38% de los valencianos ejercita el noble arte de la siesta y los datos no aclaran si el resto no practica la becadeta por imposibilidad laboral manifiesta. Al margen de las peculiaridades del clima, no cabe otra explicación de esta tendencia que la huella de cinco siglos de presencia árabe que no sólo construyó acequias y ensayó cultivos, sino que prodigó esa enseñanza tan valiosa y poco cristiana de aspirar a que la vida sea fuente de bienestar y no valle de lágrimas. Basta respirar el dulce sopor de las medinas del Magret en torno al mediodía para comprender de dónde procede nuestra afición por las siestas. No en vano catalanes y cántabros encabezan la lista de los que menos practican esta forma de holganza. Quizá para desgracia de estos españoles, los árabes apenas traspasaron la frontera del río Ebro ni se aventuraron por los riscos de los Picos de Europa.
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